28/9/10

Con tristeza, con rabia y con el corazón.

Mi pequeña pero grande niñata malcriada. Mi niña castaña de pelo rojo apagado, que ya ni es rojo ni es naranja. Mi reina del drama ocasional y destartalado. Mi niña. Ven y siéntate un rato sobre mis piernas. Mi caja de pandora siempre abierta y derramada. Deja caer el pelo en mis hombros. Así. Descansa, no pienses más.
Le digo.
Ella me mira. Tiene los ojos cansados y verdes como nada cuando el sol se los alcanza. Ya no tiene miedo, pero tampoco está del todo bien y eso me inquieta, con lo que ella odia los términos medios.
Me mira, sobre todo porque espera una respuesta. Me adelanto a su voz ronca e hipócrita y le contesto: No lo hagas. No escribas desde la tristeza, que el fruto va a ser un texto insípido y lleno de insultos y conclusiones a medio cerrar. No escribas desde la rabia, que el resultado será empalagoso, inoportuno, hiriente y desproporcionado. No escribas con el corazón, o sonará repetitivo, ripiado. No tires tanto de los modificadores.
Se lo digo. Pero ella no me escucha. Se da la vuelta de un melenazo porque ya no puede más, y sus frases atraviesan mis oídos.
Yo también lo sé.
-¿Por qué lo hacen? Déjame en paz. Pasan y no me han visto. Me han hablado y no me han visto. Me empujan y no me ven. Me abrazan y no me tocan. Me notan y no me abrazan. No me lloran. No se acuerdan. ¿Por qué no me echan de menos? ¿Por qué no vuelven? ¿Por qué se fueron?
¿Por qué se fueron?
Escribe como quieras, donde quieras, cuando quieras.
Y tus ojeras me lo agradecen.
Mi pequeña flacucha desencantada.
Mi pequeña.