1/6/10

Benjamin.

Isaac sube las escaleras valiente, con su pelo perfumado y su camisa de cuadros azules, después de haber merendado una tostada de mantequilla con Cola Cao. Entra en la habitación de paredes amarillas. Todos los muebles tirados, marcados con arañazos...y un insoportable olor a cerrado. No sabe cuánto lleva allí. Se agacha, y de cuclillas se acerca a su hermano pequeño, que, tumbado en una cama deforme y hundida, lo observa impasible pero lleno de furia. Le acaricia el sudor de las orejas con infinita ternura, le pega los labios en la frente y permanece clavado en ese beso suave durante algunos minutos. Tiene el pelo chorreando en sudor frío.
-Todo lo que hago, lo hago por tu bien, tienes que entenderme.
-Tú eres su favorito. - Le contesta el renacuajo de ojos brillantes y cansados.
-No, no lo soy. Todo el mundo se pasa la vida preguntando por mí, haciéndome regalos, reconociéndome méritos y recordando mis virtudes como si fuese a olvidarlas. Pero, a la hora de la verdad, aunque me intenten tener más limpio que a ti, mi disciplina les queda grande. Mis modales les asfixian. Al final, siempre te buscan a ti, al jodido niñato travieso e inconsciente del que viven quejándose. Al que intentan esconder e ignorar todo el tiempo.
-Déjame salir, Isaac.
-Sabes que no puedo aún.
-Eres un mierda, Isaac. Y un desagradecido. No sé qué cojones te ha contado mamá, pero tú me necesitas ahí fuera, aunque sea para llevarme de la mano. Tú sin mí no eres nadie, Isaac.
-Cualquiera te lleva a ti de la mano...
-Soy pequeño.
-Eres un puto trasto, Benjamin.
-Joder, echo de menos el sol... - Su gesto de pena inmensa conmueve a su hermano, tan analítico y frío pero tan unido a él. Se levanta y abre una de las ventanas.
-Por aquí entra algo de luz... No jodas, Ben, no me llores, ya sabes que no soporto que llores.
-Lloro por tu culpa.
-No me digas eso.
-Me has encerrado, así que no te quejes de no poder dormir por las noches.
-Bueno, supongo que en cierta forma es bueno que te desahogues. Ya sabes que puedes gritar y patalear hasta destrozar el cuarto, quizá eso te sane. Pero por dios, no te rasques las heridas por mucho que piquen. Un día vas a abrirlas sin querer, y eso no es bueno.
-Vete ya.
-Y deja de comerte los dedos de las manos. Y deja de...
-¡Cállate, Isaac, y vete de mi cuarto!
-Venga ya, hombre, no llores.
Pero su llanto se oía en todo el pasillo. Un llanto ahogado, tartamudo y dramático. Un llanto a pulmón cogiendo impulso.
Isaac salió al jardín y se sentó en una piedra, mirando de reojo la ventana del dormitorio de su hermano. Pensó en su cara pequeña llena de churretes y mocos secos, recordó la de veces que habían salido a jugar y Benjamin se había soltado de la mano. Las meriendas con él sabían mejor, todo parecía más útil, la gente más buena, los programas de la tele más divertidos. Y ahora lo veía así, tan flaquito allí tumbado, cuando él había crecido trepando árboles y chillando, con una sonrisa de oreja a oreja todo el día, llevándose a la boca cualquier basura que se encontrase por el suelo, "si no es más que un puto niño, tiene que crecer...". El Gran Guerrero del Bosque se había quedado sin fuerzas y le huía a los dragones desde una cama helada. Un caramelo con palo sabor desprecio, un tirón de cuello que había arrugado su camisa. Un cuerpo tan blanco y con tantas cicatrices: restos de guerra en un capullo de tulipán.
"Él se lleva el mayor peso, por ser el más rebelde de los dos. Tiene que aprender, no queda otra. No puede vivir tropezándose y sacándole la lengua a todo el mundo."
Pensó en el pelo de Benjamin, color chocolate con leche, en sus ojillos verdes y en su espalda huesuda llena de pecas de todos los tamaños. Le quiere tanto que le duele verle así, pero sabe que lo hace para ayudarle. "Tengo el hermano más bonito que se pueda tener, pero, por eso precisamente, tengo que protegerlo. El día que crezca me entenderá, y me agradecerá lo que hice por él."
Llanto después de un castigo que dura años enteros.
Ventana por la que entra un triste rayo de sol.