16/2/11

Golondrinas

Amontonados al fondo de un montón de basura mojada y transparente. Con hilos de arrecifes de coral entre las piernas, y un plateado y débil rayo de luna traspasando la masa de agua furiosa sobre todas sus cabezas. Una única señal de que sigue habiendo luz por allá arriba.
Y en medio de ese silencio interrumpido por burbujas y destellos de conciencia, todos los marineritos empapados vuelven la vista al esqueleto rodeado de hongos y esponjas que antes fue su Capitán, y para su gran sorpresa, lo encuentran intentando, a golpe de hueso cuajado de sales, levantar su gran navío, una mole negro-nada cien kilos mayor que él.
Con los ojos como platos, observan que el pequeño y cabezota Capitán no cesa en su bobo intento. Sigue tirando y tirando.
"Ha perdido la cabeza, no queda nada allí arriba ya para nosotros."
"¿...Qué demonios está haciendo? Ha perdido la cabeza."
Todos bucean desconcertados. El agua entra por las cuencas de sus ojos y el dolor ya no se siente. Ya se han tragado las olas, ya han respirado mientras se ahogaban. Ya saben nadar sin apenas moverse.
Y cuando se abren las nubes, el sol encandila un cuerpo flaco y cosido de algas que trae bajo el brazo un barco. Un barco de muchos más kilos que él. Un barco pirata sin banderas ni ventanas, sin mapas ni camarotes, sin cañones y sin velas.
Los dedos se van secando y va estirando las piernas. Uno de sus marineros se ha acercado tembloroso a advertirle del peligro de navegar sin un rumbo que seguir y sin brújulas ni botes salvavidas.
-No hay vuelta atrás, querido grumete. A todo el que opine como tú, puedo darle dos opciones: seguir subido en el miedo o lanzarse por la borda.
Dicen que ha llegado a puertos y ha roto cuanto ha encontrado, sin dejar señal alguna. Que ni playas, ni montañas, ni acantilados lo paran. Que no lo frena el invierno con sus tormentas de hielo y no le achanta los bucles de calor abrasador del océano en verano. Dicen que atraviesa el cielo, el agua, la tierra y el cemento. Con dolor y con coraje.
Tiene tantas millas hechas que podría, si quisiera, tatuarse diez golondrinas en el pecho y en la espalda. Le pesa el agua que no tragó, las bombas que le hundieron y los botes que en algún lugar del mar flotan sin destino alguno. Los que saltaron sin él, los que se ahogaron ante sus ojos y ya nunca despertaron. Siente aún en sus pulmones la presión de un submarino que nadie dirigió nunca, la fragilidad del viento y el fuego que terminó con su bandera y su vela.
Y llenito de agujeros y de camarotes viejos, se aferra al vaivén del agua un navío incansable y herido. Y herido también un flacucho Capitán, se aferra a un timón carcomido que apesta a tiempo y a humedad. Y a pesar de los designios de las ballenas y aves, y a pesar de que ha perdido la conciencia de los puntos cardinales y el norte parece sur, no sueltan sus manos huesudas el barco.
-¿Cómo hace una almendra gigante y calada hasta lo más profundo para aguantar tanto, Mi Capitán? - Le preguntan.
-Hay más que madera en él. - Contesta con los ojos cristalizados de tanto mirar al agua.
No, no sé nada de manuales de navegación ni puertos de esperanza. No tengo ni idea de dónde se asientan los siete mares, de qué color son sus costas, cómo dicen los expertos que hay que llevar un timón para que el navío no vuelque.
Al menos sé que eso no importa, que lo único que importa es alimentar la rabia. Llueva, nos queme el sol o el viento nos deje ciegos, no soltar nunca el timón. Y nunca pienso soltarlo porque este barco sin rumbo, hecho pedazos y lleno de cadáveres de peces y de anclas flotantes es lo único, lo único que tengo en este mundo.
Y es mucho más que un bloque de madera mojada.

7/2/11

Fotografía

Ni el "eres una hija de puta", ni el "tú no sirves para esto", ni el "olvídate porque es imposible" pudieron conmigo. Sé todo lo que he hecho mal y a pasos en falso no me gana nadie, en elecciones inapropiadas, en dramatismos y en exageraciones.
Me abrí la camisa pidiendo recibir sus disparos, los noté y ni uno de ellos pudo conmigo. Seguí andando llena de agujeros.
No pueden conmigo. Cuando el llanto se secó, me senté en el balcón a pintarme las uñas, me eché en los labios un brillo pastoso con olor a vainilla que me compré en el chino de la esquina y salí a coger el bus con el pelo aún mojado, chorreando, para que el sol lo secase.
Y cuando siento tus dedos perfilando mi cintura, no me hacen falta ya espejos ni fotografías. Para que todo lo que haga merezca la pena. Con tus dos manos en mi cuerpo soy perfecta.
Las voces de su envidia, su desconocimiento y sus traiciones. Sus juicios y recambios. No pueden conmigo.
Y cuando dejas caer tus labios sobre los mios desde arriba, tapando toda la luz que entra desde la ventana, no me hacen falta ya espejos para saberme invencible. Rompe todos los cristales y mátame mi reflejo, no te busques cuando salgas de la ducha por encima del lavabo. No preguntes a una sombra de tu rostro qué opina ella de ti. Confía en mis ojos y en cómo ellos te ven. Para mí eres perfecto.
Y con tu beso en mi pelo, con tu sonrisa rajada en la mitad de la noche, con tu cuerpo desnudo y con tu cuerpo cubierto, caminando por la calle y sentados sin decir una palabra, nadie puede con nosotros.
Yo soy la persona más bella que pueda existir desde que tú me lo dices.
Y tú eres la persona más hermosa del planeta desde la primera noche que hablamos por internet.

El humo

Dejemos a un lado las mentiras. Dejemos de lado por un rato a la persona que algunos admiran y muchos odian. Centrémonos en lo que queda cuando me callo y me acuesto a dormir.
Mi abuela tiene fama de ir de frente, de decir todo lo que cruza su cabeza. La gente la toma como alguien valiente, entera y sin vergüenza. Lo es. Y yo he salido a ella. Con mi fama de payasa y cuentacuentos y a la vez de persona "indestructible". Como la que no se calla y te ofrece lo que tiene. El lado tierno y el lado fuerte. Una tipa que se pasea con la cabeza bien alta pero en la que confiar. Una pluma que resiste los efectos de las bombas.
La cuestión es que yo siempre he tenido algo claro respecto a mi abuela: por muy sincera que sea y por mucho que parezca que dice cuando abre la boca... calla más de lo que dice.
Hay valientes que se pierden después de dar el portazo y se esconden a llorar.
Hay personas que después de ofrecerte lo que tienen descubren que lo que han dado hacía milenios que no era suyo.
Es imposible que no duela un roto. Es imposible hacer daño a alguien que ha sido importante en tu vida y quedarse tranquilo. Es imposible que la gente sea tan gilipollas como para creerlo. Se trata, supongo, de un pacto más de confianza con un lector inmaduro y deseoso de historias.
¿Qué es la ficción sino mentiras? ¿Y qué soy yo sino ficción?
Tuve que ir diciendo por ahí que me eras indiferente, que ya no sentía nada por ti. Tuve que decirte a ti que ya no te quería.
Me duele lo que te dije y me hierve en los riñones todo lo que me callé.
Y si no tuviese ahora tan presente que jamás funcionaría, ya me habría destrozado la parte de vida que me arrancaste. Si no me hubiese agarrado hasta a las sillas, todavía seguiría cayendo.
Sé que es dañino perder a alguien. Sé que es dañino dejar ir a alguien. Lo sé porque lo he vivido para escribir cuatro tesis doctorales. He perdido tanta gente que con ellas se me fue gran parte de mi sentido de la sensibilidad. Fui un robot sin sentimientos cuando tus brazos se abrían diciéndome ese "te quiero" que ya no venía a cuento. Soñé con él media vida. Media vida. Media puta vida por mucho que ahora tenga que ignorarlo e ignorarte y tragarme mis palabras y fingir que no me importas. Por mucho que mis amigos me rajen por la mitad si leen esto, como siempre.
Y con tantos que se fueron, sigo soñando con ellos, sigo derramando llanto mezclado en puro rencor. El rencor hizo de mí lo que ahora soy, le debo tinta y sustento. Sin el rencor no soy nadie. Y pensar que todavía lloro por ellos, a mi edad, que les lloro de noche y me quedo dormida pensando en ellos, a estas alturas del cuento, a estas alturas de todo y todavía echo de menos. Siendo un robot todavía les echo de menos.
A todos.
Recuerdo aquella noche en que me acosté en mi cama, en la de aquí de Sevilla, hace ahora unos tres años (tres años...). Apagué la luz tumbada y le susurré al vacío "por favor, éste no." Repetí "por favor, por favor, por favor, por favor, POR FAVOR, no me lo quites, a él no, a quien quieras pero a él no."
Me he equivocado mucho, he dejado la locura aplacarme los nervios y te he hecho daño intentando liberarme del mío. Por mantenerme de pie te empujé a ti hacia la nada. Para lograr superarte me forcé a escribir a tientas. Te demostré la mentira de que te había olvidado. Y ahora tengo que cargar con el dolor de ver cómo tú lo haces, como me demuestras algo que no sé ni si es verdad o si también es fingido.
Y quizá, algún día en el futuro, cuando empiece de verdad a perder la cabeza y a llamar por las esquinas a todos los que se han ido, sueñe contigo y con ellos, a la vez y entremezclados. Quizá confunda los nombres. Quizá un día no soporte que no estéis y empiece a veros por los espejos, y a llamaros en personas diferentes que me miran como si estuviese loca. Quizá incluso tras morir vaya a esa otra dimensión que no sabemos si existe y al verte allí deje dicho que ya no quiero que estés, y me vea obligada a decirte de nuevo que ya es demasiado tarde. Y quizá entonces sí sea verdad.
Pero esta mañana te echaba de menos.