11/12/11

Lo que se espera del verano

Sin haberlo así pedido, aprendí a nadar bajo aguas agitadas. Y ahora los mares tranquilos me inquietan.
Miro a un lado, luego al otro, como esperando que lleguen tiburones que no están. Cierro los ojos y me sumerjo, por si alguna ola decide arremeter contra la orilla. Pero no siento que nada acaricie mi cabeza. No siento movimiento.
Vuelvo arriba, miro al sol. Ni una sola nube en todo el cielo me impide poder mirarlo. El agua se sobrepone hermosa sobre la manta de arena, llena de rayos de luz que se arrugan, al compás de una leve brisa marina, que sube y baja ligeramente, que viene y va y no se queda. Me veo un poco los pies, no hay una alga que me lo impida.
Agito la superficie con las manos y una fugaz capa de sal aparece. Y desaparece justo al apartar mis dedos.
No se ve un barco acercarse, no parece ser que vaya a subir la marea, que sea día para pescar, jugar a los karatecas con las olas, agarrarse la parte de arriba del bikini. Doy pie vaya a donde vaya. La temperatura es suave y agradable, la luz no quema, no hay piedras ni conchas rotas bajo la planta del pie, que se pasea por el fondo como si éste estuviese hecho de seda mojada.
No hay una sola gaviota que rompa la melodía del circular tranquilo de mi cuerpo, vertical, sobre este verde azulado, azul verdoso, que nada engulle y nada escupe.
Y yo, que soy tijera extranjera, inmigrante no querida, patera flotante ignorante de la orilla. Yo, que aprendí a nadar porque alguien me retiró la escalera, que cogí miedo a tirarme de cabeza en las piscinas, que nunca he sabido estar. Por eso precisamente, yo, piraña de agua agria, sal hirviendo, sol bemol, me paso el día esperando que la calma se evapore, que la tormenta me abrace, que mis pies toquen alguna bolsa y la confunda con medusas.
El susto de que una gota se resbale desde el cielo, que algún niño haga un castillo y lo destruya una sucesión de olas, que empiece a enfriar la tarde y se me haya olvidado bajar la toalla. Un imprevisto que rompa esta paz de asesinato. Un pequeño caos que me haga despertar del sueño eterno, y morirme poco a poco, y apagarme poco a poco, como hacemos los humanos.
Latir la balsa, rajar la espalda del calamar. Besar lo que antes fue mio, rezarle a nadie, dormirme la noche entera, respirar hondo, soñar con algo.