13/10/12

Nuevo blog

Me he trasladado a un nuevo blog, donde podéis seguir leyéndome si os apetece :)
Muchas gracias por todo.

El link nuevo es este: http://suelodeoz.blogspot.com.es/

Saludos ;)

~ Amarillo ~

8/10/12

El sentimiento

Tú y yo
Aún estando separados
Contamos con la fuerza suficiente para vaciar al resto.
Descánsame esos ojitos y no te muerdas las manos
Abrígate bien el pecho.
¿Quién soy yo? Ahora lo sé
Tú eres el "alguien" más grande de todos
Tu espada en mi corazón
Tus flores reventándome el balcón
Y yo incapaz de pegar un grito agudo y vaciarme
De comerme cada día cada calle en vez de andar
De levantar bien arriba el sentimiento y llegarte
De pincharme las caderas y explotar.
Es gigante este relleno
Y la imagen que te guarda la esquina del monedero
Sola y pequeña aguantando la furia del aguacero
Sola y pequeña queriendo.
Como solo una en el mundo puede quererte 
Te quiero.

7/10/12

The gap

Me lo dicen los zodiacos de la aurora
las pesadillas
la espalda
el hueco de la terraza
el descenso de la ola.
El mismo vacío de pie que me devora tumbada
el mismo frío en el papel que en la cama.
Es el mismo agujero absorviéndome
las noches
el que me abre los párpados por
las mañanas.
Qué extraño suspira el día
qué masacre
que decepcionante intento para suplir
con poesía.
Qué incómodo comprender
tener piedad, atender
a los niños y a la gente.
Qué incómodo sólo ser.
Qué rabia cargar el peso de mi estómago encogido
que incómodo recibir
justo aquello que pedí
qué tropiezo más dañino
qué inhumana la sentencia que me obliga a no tenerte.
Qué pena más larga
qué vida más corta
qué incómodo sólo estar
qué paliza más caliente.
Qué difícil se me hace
algunas veces
caminar
bajar el rostro
aceptar
Qué complicado se me hace tragarme el humo
aguantar, agacharme y despegar.
Qué impotencia levantar todo el peso
de mi estómago encogido
qué lástima tantos días
tantas horas
qué lástima mi ciudad
qué triste Sevilla ahora.
Qué pena un minuto más sin despertarme contigo.

6/10/12

La verdad

Con la melena mojada pienso con más claridad, abro los labios y entra la luz, escribo sobre el espejo y espero a que caiga todo el peso de la humedad, me mojo mientras no estás, porque hay cosas que la vista nunca toca. Me gustas porque eres, no porque sea o no yo. No porque sepas o ignores, no porque intentes, pierdas o añores. Me gusta el sol por su esencia, no por su fama en el mundo. Adoro el fuego por su calor, no por el humo.
Mi vocación es buscarte cuando dejas el camino, si es necesario rajar y pararme yo contigo. No tirar del ajedrez, sino entrar, votar, lamer. No te quiero porque piense que un día vayas a volver, sino porque es lo que el cuerpo me dibuja, lo que las manos me piden, lo que esta vida me clava en la carne, lo que me pide la sangre, lo que me suda la piel.
Cae la ropa, cae la tinta, y soy sólo una persona. Caen la letra, las palabras, y soy sólo una chiquilla tumbada en el suelo frío, con un clavel en la boca por no dejar de morder aunque me empuje el colmillo, por no dejar de moverme aunque no tope contigo.
Caen las bragas y soy sólo una niña con la espalda a la pared, con una lupa en posición para poder seguir viendo lo que se ha quedado lejos. Un ladrón sobre la cruz que pide perdón al viento.
Mi milagro es no rendirme porque vine al mundo así, no machacar al pedazo de vida con arañazos que ahora depende de mí. Mi sueño es sobrevivir.
Con la cadera mojada siento con más claridad, conozco mi laberinto, sé bien lo que he derramado, reconozco cada cosa que hice mal. Mi respuesta es despeinarme, esperar a que la ola se levante, atar el nudo y tirar, no devolver el cumplido, no fingir, no reaccionar, no desenredar el ruido, no quedarme sin pujar en la línea del pasillo, no creer, no presionar. Espero sin un registro, sin una orden de espera, sin exigir ni juzgar. Mi motivo es puramente culpa de la perspectiva, culpa del alma y su inicio, su ritmo, su precipicio, su motor y su rival. Y una vocecita amarga que me teclea muy bajito "hazlo bonito, hazlo bien."
Caen la ropa, las mentiras, se pierden frente al espejo. Caen la letra, las palabras, todo menos lo que me sostiene en pie y viva por dentro. Dudo del día, la mañana, dudo de dioses y de esqueletos, de la evolución de Dawkins y el Pinocho de Gepetto. No me fío de las  razones de la gente, de lo que los que gobiernen crean que es más conveniente, del aparato de dientes, de la lengua que no ama, de la pantalla del bus, de los filos de la cama.
Soy un camaleón pesado para tantas, tantas cosas, un mechón en el lavabo, un huracán en tu puerta, un viajero despistado. En tantas cosas como existan, menos en una, menos en esta. No me enamoré del cielo porque cambie de color, sino porque permanece siempre alerta más allá del escalón.
Nunca más otra mirada tras la tuya, rezo por la oscuridad. No me apetece el mañana si tus mañanas no están. Me juego toda la vida que haya dispuesto el destino, que me quieran regalar. Y una vocecita herida que me sale desde el alma y se acomoda en el hueco que comprende mi garganta, tecleando muy bajito "hazlo bien, hazlo bonito, hazlo lento y de verdad."
Si yo lo único que entiendo es cuánto te necesito, si yo lo único que siento es que me deshace el tiempo y no te puedo abrazar, y mis brazos no te alcanzan, y mi lucha no te abarca, "hazlo bonito, con alma", y sólo queda esperar.

3/10/12

Yugular


Que la ceniza es marrón y vuela cuando la soplas, que las palomas transmiten cien virus y enfermedades, que el rotulador se coge con el puñito cerrado, que no se golpea fuerte la pantalla porque te cargas el móvil. Que no decir la verdad te convierte en embustero, que no decir siempre otorga y callar también informa. Yugular. La ida y venida, el latido que limpia el cuerpo por dentro, con su resina y sus cuerdas de acero y tiempo. Vómito que me asfixia esponjándome el cerebro. Que “me duele” es decir nada, que mis lágrimas cayesen sobre tus labios, que te las bebieses. Que mi escritura se fuese tatuando sobre tu espalda, que sintieses el camino de la aguja, que penetrase y saliese de forma repetitiva.
Me acostumbré a tu mar de honestidad y de calma, me agarré con las diez uñas a tu esperanza impoluta, a tus promesas de cuento, a tu paciencia y a tu alma. Me creí todas las palabras porque ellas llegan sin más, empujan la barca y caen sobre el mar suaves. Me siento a mirar cómo anochece. Parece que las palabras nunca vayan a hacer daño.
Me acostumbré a ser tan tuya que al más mínimo error que me arrastró a brazos ajenos, no pude evitar sentir sólo tus manos tecleando su única historia en mi cuerpo. Y en cada equivocación, me equivoqué en no dejar de buscarte cada vez.
Me acostumbré a tu voz limpia y a tu pequeño grito sordo, a tu juicio y compañía. A la tuya, que me desvistió los sueños por el pecho, que me aconsejó y calmó cuando empezaba a bajar sin compasión sobre mis ojos la espada fría del techo.
Me acostumbré a tu suspiro sobre mi cuello, tu ansia. Me acostumbré a tu futuro, que poco a poco deshizo lo poco que había del mío. Tu concepto y tu revés, tu intención y tu poesía. Tu maravilla a través del espejo de la mía.
Me acostumbré a darte vida y fui perdiendo del hilo días y noches.
Me acostumbré a ser más que una visita fugaz, que una amiga a la que siempre estás muriendo por abrazar, que una melena de tonos rojos que estaba loca de ganas por dormirse en tu sofá.
Me acostumbré a saberme tuya, a la verdad de tus ojos. Me despedí aquella noche hace tres años y te largaste, le di una patada fuerte a la escalera, me dolió el pie. Tú le diste una patada a tu paraguas y te marchaste. Y esa noche me dormí con una extraña sonrisa rajando de lado a lado mi cara.
Me acostumbré a tener ganas de hacerlo todo y hacerlo bien, de ser mejor, de cambiar más. De querer ser y que tú fueras. Me acostumbré a contestar “pero él sí que estará ahí, porque me lo ha prometido.” Me acostumbré a llevarles la contraria, y ahora ellos me ven bajar la cabeza por la calle.
Y he sido un piano, una guitarra, una faja, un cohete. He sido buena como un ángel, puñetera como un niño en el colegio, aburrida como un perro, divertida como los payasos ciegos, tragicómica y danzante, melosa, borde, punzante, pasional, verde, elegante. Lamiosa como el jamón. He cambiado de tinte, de corriente, de careta, de guión. He subyugado y obedecido, me he vuelto loca de pena y también cuerda de amor.
Y no quise levantarme, y no soporté acostarme, y arañé hasta sacar brillo, y escribí hasta desgastar, y he soñado con las cosas que ahora escupo sin piedad, y he esperado con deseo y sin deseo, y abro mis piernas de noche con asco a mis propios dedos.
Que la inercia es un ronquido tenue en mitad de la luna que me susurra excitado “vas quemándote muy lenta, este ritmo se te gasta, poco a poco se te hace la vida un poco más muerta.”
Y sobre el fuego y el hielo, bajo sábanas y al suelo, con sabor amargo y dulce, con melenazos y gritos, “sube leona, y ataca”, y no escribo ni asimilo si no es atacando. He tenido todo el pelo desdibujado en la cara y la cabeza bien alta, y siendo la única canción mi tacón en los pasillos.
Tanta tarde y tan poca, tanta rabia y tanta ropa.
Eso no va ahí, ¿nos vamos? ¿Cuántas veces no lo he dicho? Falsa, joker de malas entrañas, mala fama a muy pesar del que me quiera admirar. Pocos son, y mi amén a los que no. Ni una postal, ni una fecha, ni un beso, ni una maleta. Vivir como sea, me dije, pero durmiendo contigo.
Esos días que me quisiera levantar sorteando cariño al aire, abriendo brazos, cociendo espigas, medio despierta, mitad dormida. Esos días que despertase insoportable, impenetrable, incomprensible, impermeable. Inconcebible, inseparables. Que fueses tú quien dijera “no hay quien te entienda, joder”. Vivir bien, lo que eso sea, vivir mal, lo que eso sea. Vivir como otros quisieran, vivir como nos viniera, vivir como no quedase otra.
Vivir con sueño o valientes, a veces grandes, a veces no, a veces entorpecidos, a veces mal avenidos, a veces rabiosos y peleones, a veces frioleros y a veces besucones, a veces en lo alto y a veces parpadeantes, a veces espabilados y otras un poco más torpes. Abandonar los consejos, los diseños de la gente, el ritmo de la ciudad. Quedarse quietos delante, no dar ningún paso atrás. Tu ojo en mi ojo y el mío en el tuyo. Muertos de risa, vivos de miedo, cocidos y arrepentidos, habiendo visto por fin que lo único que tira es el bronquio de la izquierda, el hueco del estornudo, las almohadas desiertas, mi cuerpo de mujer rota caminando sin el tuyo, el latido interrumpido.
Vivir del modo que fuese, pero vivirme contigo. 

20/9/12

Pequeña

En cuanto guarde la carpeta en el cajón, en cuanto se ponga el sol. Me cansa la disposición de las estanterías. No tengo ganas. No quiero un solo trofeo antes de doblar la esquina, un libro abierto en la mesilla.
Menos goles, menos alma. En cuanto acabe esta historia de valientes y cobardes, decididos, imprimidos, salidos e impermeables. En cuanto arregle mi cuarto. Meneando la cabeza cuando me lavo los dientes, cogiéndome bien la cola, soltando las zapatillas y durmiendo en posición de bebé por si me empieza a importar que falte el aire. Después por la mañana me dará frío, ya verás.
Cruel por fuera, fría por dentro. La cabeza echando humo y las manos deseando exprimirle sangre a alguien, apretarle el moratón. Y me he vestido ya, y ya que estoy vestida, salgo a la calle. Ya que me he creído humana, voy a hablar, voy a hacerlo. Pequeña, como un gnomo recostado bajo una seta pequeña. Como un mosquito dando vueltas sobre sí mismo al lado de la bombilla caliente.
Aquí debe dictarnos la cabeza aunque maúlle el corazón.
Aquí el resto es quien me dicta, yo sólo copio para luego pasarlo al ordenador.
Yo sólo soy una más
perdida en la inmensidad
ellos son los que acerditan, los que pagan, los que saben discutir.
Yo quien debe estar callada y escuchar.
La inestable, analfabeta emocional
siempre fui yo.
Muchas palabras enlazadas por nexos y conectores, como pequeños columpios, en español. Se arañan unas a otras a pesar de que nacieron separadas, con tal de así ser capaces de decir algo. De transmitir. Millones, trillones de vocablos que no pueden decir nada.
Son las 15:16 de la tarde, y yo miro ensimismada las vías del tren de San Bernardo. No siempre sube hasta arriba, no siempre tira. No todos los días sabe una decir lo que quiere decir, ni siquiera en su idioma. La vocación arrastra y despedaza, y yo caigo como un perro cuyo dueño es cruel. Pequeña, con el anzuelo clavado en la labio inferior y tinta de boli verde mezclada con la saliva. Verde porque es el boli que utilizo para corregir las fichas de los niños.
Son las 15:29. Ya se aproxima el tren a la parada de Bellavista. A mi izquierda, un señor que se subió en la Virgen del Rocío saca un libro gigantesco del maletín. De esos que yo pensaba que nadie querría pagar desde que existen ediciones de bolsillo. Es "Un mundo sin fin" de Ken Follet, y ya lo tiene casi acabado, a juzgar por su separador. Sonrío. Me alegra ver a personas con libros. Me provoca cierta paz indescriptible saber que hay gente que lee. Pequeña, como la letra impresa, como la mariposa blanca y negra que trae grabada el separador. Algún día, pienso de golpe, tú le echarás el valor y escribirás un buen libro. Tan crítico como tú, con toda la ironía y la maldad que caracteriza el mundo. Y te lo publicarán, y tú llegarás a casa orgulloso, y yo podré esperarte sentada sobre la cama, sonriendo con picardía. Y te besaré en la sien, y diré "¿no te lo dije?", y te besaré en los labios. Sí, me gusta que la gente compre libros. Me gusta comprar libros. En mi casa nunca va a faltar un libro, nunca se echarán en falta el día de Nochebuena.
Llego ahora a Dos Hermanas. Nochebuena. No volveré a vivir eso, no llegaré a vivir eso. La Navidad se inventó para pasarla en familia. Yo ya no tengo familia. Te llevaste junto a ti la Nochebuena cuando te fuiste, y ahora... ahora la Nochebuena no existe. Cruzo la calle, está en rojo pero no se ve ni un alma. No pasan coches ahora. El viento deshace y agota por la calor. Tú eras mi familia. No dejarás de serlo nunca más. Podré cerrar la puerta desde dentro. No llegaré a vivir eso. Una casa con dos copias de las llaves. Y habrá libros, por supuesto. A la altura de las obras de enfrente de la academia. Miro a ver si llevo todas las fotocopias para los niños. Tú te llevaste contigo la tinta cuando te fuiste, y ahora... ahora las letras no existen. Tú te llevaste contigo el frío cuando te fuiste, y ahora... ahora el invierno no existe. Tú te llevaste contigo la muerte cuando te fuiste, y ahora... ahora la vida no existe.
¿Sabes lo que me decían de pequeña? "Quien se queda, tiene que saber estar. Y el que se ha ido, se fue." Tan pequeña como un filo de colilla, un cactus de pacotilla. Como un tulipán torcido de papel.

17/9/12

La palabra

"Ay, cómo te echo de menos...
¿Cómo es posible que exista aire tras esta ventana?
No queda espacio ni sueño
no quedan noches
Ni ganas
no abandono, no me integro.
Si yo quiero decir algo y me falta la palabra
si yo quiero estar viviendo
si yo quiero estar creando
manirrota
si me pasaría las horas escribiendo.
Ay, cómo te echo de menos
a ti, ya no a tu recuerdo.
¿Cómo saltan de la cama los niños
cada mañana? Yo debo andar como ellos.
¿Cómo es posible que queden
paisajes tras la persiana? Pensé
que sólo había suelo.
Si yo quiero decir algo y me sobran las palabras
si yo quiero estar fingiendo.
Ay, Dios...
Cómo te echo de menos."

16/9/12

Línea continua

No sé ni para qué escribo. No son ellos los que lloran solamente para ti, los que se abren los dos ojos a la vez para ver cómo te vas, y se empeñan en buscar nuevas razones para hacer de este roto un juego más. Escucho sus risas y sus comentarios como si estuviese aislada con cristales, como si estuviesen lejos, no delante. Cada uno con su puta imaginaria misión, sus delirios de grandeza, con su trauma agarrado como un enorme tumor a sus cabezas.
Respiran tan poquísimo respeto por lo que ellos no han tocado, tanta prisa por manosear, por entrar, por volver a donde nadie jamás les ha añorado.
Pisan el suelo, me dan a mí, ¿no ven que invaden terreno frágil? ¿No ve ninguno un segundo lo que tiene por delante? No me ven, y se pasean por mi cara y la dejan del revés.
Camino entre monstruos llenos de moratones verdes y tristeza, entre personitas tontas, infantiles, caprichosas; entre mentes solitarias y dolidas y asombrosas, entre castillos de cuerpos incapaces de sentir condescendencia. Sueltan la polea y caigo, abren la boca y echan su humo, y yo no puedo evitar tragar.
No sé ni por qué lo escribo. Me quitan con sus iris las ganas de ver más, con sus vasos la promesa de que el alcohol hace algo, el suelo de debajo de los pies. Aquella frase y sus palabras, aquel momento brutal de intromisión fantasmal, de falta imperdonable de empatía. Lo siento: mi vida es mía. Fue un alarde inapropiado de innecesaria crueldad. ¿No se dan cuenta? No quieren, van tan deprisa arrasando con las botellas que tiran que ni siquiera pueden. No me ven, lo hacen adrede, llegan y tocan lo que no es suyo, llegan y rodean con su indiferencia y su ansia mi cintura impregnando su señal, creyendo que quedan impunes, que tienen derecho, que de algún modo puede que formen o hayan formado parte de esto.
Llegan, rompen y se van. Dejándolo todo roto. Como si estos desperfectos fuesen baratos, como si tuviese alguno garantía de calidad.
No estuvieron cuando el aire me quemaba los pulmones, no estuvieron cuando quise que mis piernas se quebrasen y no volver a andar más. Cuando hace falta el silencio, cuando todo lo que digan raja el cielo, esta noche sí que están.
No sé bien ni lo que escribo, soy un animal herido que abre la boca con sueño tumbada sobre el sofá. Cuando sobra su juicio sin finalidad alguna, su morbo y sus abrazos a destiempo, cuando sobran ya sus cuerpos, cuando ruego porque sólo haya silencio, cuando más falta me hace que desaparezca el aire, cuando más duele que hablen, esa noche sí que están.

Creen que todo en este mundo se cura con cien cervezas, dos mentiras golpeándose en el centro de la Alameda, un grupo de humanos que se cubren las espaldas ignorando lo que alrededor sucede, y si está bien que se agachen, abran la tierra y lo quemen. El dilema del dolor de los demás.
Sólo piensan desde el trono de su egoísmo, su ego, adelantan a pesar de que la línea es continua y no le ven el sentido a frenar. No lo ven o les da igual.
Mi paracaídas va sobre mi espalda, mi cabeza mira arriba desde dos hombros que son míos y que también llevo yo, mi paso, rápido o lento, comienza desde mi casa, mi cama, mi habitación. Su historia es suya y es para ellos, mis vasos los pago yo. No les molesta mi grito, no cargan ellos con él, disparan sin pensarlo su arrogancia y dan sin saber a qué.
Que se enteren de una vez: mi latido lo destroza sólo quien lo lleva dentro, mi temblor no es un juguete, mi pasado, mi presente y mi futuro son tres fieras que tan sólo toco yo.
Mi paracaídas rabia cerrado sobre mi espalda, mi velocidad, que es lenta, empieza desde mi piso, mi lámpara, mi colchón.
No hay espectáculo abierto, no hacen aquí nada bueno, no respetan el dolor que se duerme en el silencio, cuando todo lo que dicen raja el cielo. Mi herida sólo la aprieto yo.

15/9/12

La marea

Señores, cerrad el puerto, el navío se queda solo flotando sobre la mar.
Guardando el ancla sigue en pie, sin dirección que tomar y los vientos del revés. Todo delante es agua y niebla, y nadie pertenece a nadie, y ni Moby Dick se siente nadando bajo la nave. Afuera todo es olas y ruido, cadáveres que flotan en un mar muerto, podridos; algas de color azul.
Señoras, cerrad el pico, el timón está cubierto con sábanas y pigmentos submarinos. No anda más. Y el ancla espera señales del capitán del navío, y los vientos no quieren colaborar, y delante todo es niebla que huele a agua y a monstruos marinos, y por fuera todo es ruido, y cadáveres que flotan sobre el mar.
Señores, no subestimen el poder del tiburón, la garra de la marea, Neptuno enfadao, que es dios, y Úrsula, que es mujer y hoy está la luna llena.
Esta brújula cae hondo y la mordisquean los peces, y sé que no se levanta  no porque no pueda, sino porque no quiere. Esta aguja se ha clavado en el arrecife roto de corales que algún día fueron de otros, y ahora no aspira al "jamás". Que se rindan los que naden, los que entiendan de perfumes, de pañuelos, de animales, que se rindan los que sepan qué es rendirse.
Agua sobre agua, guardad el ancla, que yo me quedo de pie, y que el sol se esconda entero, que yo me quedo, buceando cuando me toque, flotando si un día me sale, esperando sentadita en el anzuelo, tragando sal porque quiero, navegando bajo un vómito de nubes y de gaviotas. 
Todo delante es agua y niebla, y nadie pertenece a nadie, y ni Moby Dick se siente nadando bajo la nave. Afuera todo es olas y ruido, cadáveres que flotan en un mar muerto, podridos; algas de color azul. Y el ancla espera señales del capitán del navío, y los vientos no quieren colaborar, y delante todo es cielo que huele a agua y a monstruos marinos, y por fuera todo es ruido, y cadáveres que flotan sobre el mar.
Que aparezca el iceberg, que yo no me muevo más.

13/9/12

El silencio

Camino con ojos extra clavados en la nuca por culpa de esta obsesión con controlar mi camino. Mientras el resto aún mira ropa y se viste con ella, yo ya he venido de vuelta derramándome el cubata. ¿Tenía más que decir? Nací con ganas de decir, como cada ser humano nace con ganas de algo. Yo siempre tengo más que decir.
El corchete se resbala entre los huecos, y los coches vienen desde la autopista. Los peatones continúan avanzando, cada uno ensimismado en su propia dirección y atontado por las notas de su propia melodía. No es un ritmo irregular. No fuimos ni tú ni yo los que escribimos la historia.
No está tan mal el asunto, no es tan horrible, y corre el viento. No hay tanto que no se dice. ¿Verdad? Nosotros lo sabemos. Tras unas cien tonterías, cien frases sin importancia, yo rompo a reír sin motivo, tú te subes a mi ruido y crecemos a la vez que crece en este tiovivo el temor a resbalar.
Tu hombro a diez centímetros del mio, tu mano a diez centímetros, mi cuerpo aquí cerrado y vestido, a unos veinte centímetros del río, mi vista en la silueta de mi ciudad. Tus dedos en los bolsillos, mis labios coloreados, el latido del silencio in crescendo desquiciado y la luna tan tranquila fotografiando el percal.
Lo que no digamos flota sobre lo que sí decimos, y se dibuja en relieve en nuestros rostros lo que callamos.
Y yo digo: ¿Se supone que es creíble que habrá distancia mayor que ésta? Los metros los inventamos para medir aparatos, los aviones son juguetes gigantes articulados, los océanos son sólo agua compacta. ¿Desde cuándo todo eso es capaz de separar lo que no han hecho los daños?
Los países sobre las aguas, bailando. Los rayos del día tatuados en la parada del autobús. La lejanía no se ve, sólo el aire que se clava en el silencio, que es el libro más completo y el más denso. Lo que no quiera mostrar, lo que no ves apropiado ni pertinente explicar.
No existen mapas capaces de escribir lo que yo escribo, ni líneas del horizonte que digan en otro idioma lo que sin hablar yo digo.
Y tu ojo clavado en el mio, y el mio dejándose clavar. Y tu lengua tras tu boca y tras mi boca la mía. Y nadie dice de más. Y lo que no digas flota sobre lo que yo no digo, ¿y hay que pensar que es creíble que habrá distancia mayor que ésta? Los metros los inventamos para medir aparatos, los aviones son juguetes gigantes articulados, los océanos son sólo agua compacta.
No. No habrá distancia mayor que ésta.

12/9/12

Viceversa

Hoy no dejo en este puerto nada mío, suelto el ancla y cedo espacio a mi mentor, a mi sonrisa amplia y ojos llenos. Hoy no soy yo la que digo porque también hubo alguien que decía igual que yo, y que es capaz estos días de decir mucho por mí. Hoy esta entrada no va a ser mía, sino que bajo los brazos y flexiono las rodillas en honor a mi maestro, a mi papá de allá abajo que anda ya viviendo por allá arriba. 
Os dejo esta ternura palpable y eterna, esta letra de temblor y de certeza. 
Os dejo "Viceversa", de Mario Benedetti.

"Tengo miedo de verte 
necesidad de verte 
esperanza de verte 
desazones de verte.

Tengo ganas de hallarte 
preocupación de hallarte 
certidumbre de hallarte 
pobres dudas de hallarte.

Tengo urgencia de oírte 
alegría de oírte 
buena suerte de oírte 
y temores de oírte. 

O sea 
resumiendo 
estoy jodido y radiante.
Quizá más lo primero 
que lo segundo 
y también 
viceversa."


9/9/12

Vete

No te preocupes, que podría hacerlo si quisiera, pero no quiero. Demasiado he hecho ya por este intenso verano que va por fin caducando. Me quedo quieta mirando cómo septiembre hace hueco, con las tijeras guardadas y sacando a pasear las sonrisas de repuesto.
Esperan sacar a un león herido a la pista y que les baile y les salte, y se enfadan cuando ruge. Ni cobarde ni valiente: a mí no me juzga nadie. Ahora no. Ahora consiento estar viva, pero sé que fuiste tú la única persona cuerda que me ha buscado en la vida.
Te quiero mucho, y no es bastante. Ahora no. Ahora sé que nada basta para tenerme contenta, que si me traen un palacio lleno de esquinas doradas, yo soñaré con el bosque, y cuando el bosque me alcance, añoraré que haya puertas. Nadie es capaz de hacer eso.
Por supuesto, siento el daño que te he hecho. Siento el daño que me he hecho por sobre todas las cosas. Siento porque soy persona, siento porque no soy mala, pero ya no espero pelis, finales ni laberintos. No espero nada. No voy a pedir perdón, ni quiero que me perdones. Ojalá pudiese odiarte y lo consiga, y ojalá tú un día me odies. Siempre es más fácil sentarse a que el olvido nos llegue teniendo buenas razones, en vez de los sentimientos que siniestros me acarician a tus ojos los pulmones. 
Y el corazón en remojo. Ojalá que me abandones.
El asunto es el siguiente: a ti te parece bien agarrarnos desde ya al relente y con éste perecer. Puta poesía. El caso es éste: ok. Tu actitud, siempre tan calma, mi llamada de atención siempre tan harta. Tu conformismo feliz, mis golpes sobre tu almohada. Desde el principio lo supe: no podía, no sabría hacerte feliz. Ojalá mi parte infame e inmadura dé la vuelta a la tortilla y sepa echarte la culpa, y de este modo curarme más fácilmente y en menos tiempo. Así funciona mi mente.
El asunto es el siguiente: dos años y pico rotos, y en vez de cruzar el mundo buscando una solución, nos tumbamos en la sombra del "se acaba, déjalo". No supimos escapar de la costumbre de tirar lo que "no vale" a la basura. Sí, salté de valla en valla rogando a otros la respuesta, engañándome y pensando que era mejor no pensar. Lo hice, lo hice con ganas, me confundí de batalla, tú ni siquiera lo viste, y también eres culpable aunque yo lo hiciera mal.
El asunto es el siguiente: se han descargado las aguas, se han soltado algunas olas y me acerco. Como un planeta lejano que se aproxima con miedo al límite de la tierra. Quieres verme o eso dices, yo quiero verte también. ¿Y ahora qué?, "ser natural", saludarnos como amigos, sonreírnos a la par, quedarme a charlar contigo. 
Tu rostro es ese cartel que me apunta en plena calle y me grita "era obvio, no has podido."
Me bebo el río con los ojos, "y así hablamos cara a cara". No tengo nada que hablar. Tienes que irte, tienes que irte, tienes que irte. 
No debería escribir esto, no deberías leerme. No debería pasar tanto que pasa y que cae encima, y aquí nos tiene, sudados, escarmentados la vida. 
Ni se te ocurra volver a plantearte el silencio: te decepcioné una vez, y ya van dos. No dejes que lo haga más. Párame los pies si andan, no dejes jamás que anden. Tienes que irte. Vete ya.
De acuerdo, y yo de vuelta, después de haber vivido mi momento de descarga improcedente, de melenazo indecente, de pasión adolescente. Ya he cubierto el hueco roto de las faltas del pasado con presencias imposibles y romances repentinos, ya le he soltado al espejo que no quiero dormir nunca más al lado de un humano si no despierto contigo, ya he escrito entradas de blog, ya he gastado todo el eco inconsistente y ha quedado ya vacío el corazón.
De acuerdo, ya me ha llovido, ya me dijo "¿qué te pasa?", ya le he dicho "todo bien." No me leas. 
Me preguntan si te quiero, vienen y preguntan eso, lo preguntan, ¿te lo crees? ¿Debo responder que no? Debo responder que no, pero no puedo.
Te mereces a tu lado una princesa consciente que sepa por dónde pisa, qué pone en riesgo y qué no. Una de esas que distinguen bien el pasado y el hoy, una persona que sea justo lo que yo no soy. Mereces alguien que quiera como se debe querer, alguien que desee tumbarse junto a ti a dejar pasar las noches. Yo ya no sé ver apenas si hay cielo liso o nos cubre una sábana de estrellas. 
Si la encuentras algún día, si encuentras a alguien así, vete con ella.
Te diría que no estés triste, pero ambos aquí sabemos bien quién ha sido siempre el fuerte, aunque todos estuviesen dudándolo todo el tiempo. 
A las dudas me remito cuando de dudas va el cuento.
De acuerdo, me arrancaría la piel entera si creyese que eso sirve, los dientes uno a uno si pensase que eso es útil. Levantaría los países del mapa de este planeta si lo pidieses vacío. Me despegaría la boca. Pero ya tenemos claro que no hay nada que salvar. Lo tenemos claro ahora. Tienes que irte, vete ya.
No supimos arriesgarnos, no le dimos importancia al viento que se asomaba más allá de las montañas, nos quedamos embobados sin saber ni reaccionar. No conseguimos frenarlo, no hemos sabido quedarnos, no hemos querido arriesgarnos, no hemos podido luchar.
Te vas donde siempre llueve, justo como a ti te gusta. Te dejo aquel paisaje azul y verde, aquel humo protector efervescente, aquella oportunidad. 
Yo me quedo en este horno de palabras y microbios, de azulejos toqueteados que desvisten la ciudad, la capital de la guerra. Me quedo con la inocencia que a veces me hace pensar que puedo abarcar de pronto con mis dos brazos tu ausencia. Me duermo en una Sevilla incapaz de iluminar, una caldera pequeña que se me ha quedado grande. Me quedo con mi cabeza, con mi certeza y mi lanza, con sus índices clavados en la frente y pensando y opinando sobre mí. Como si les importara.
Y por hoy ya creo que he dicho suficiente. 
Tú sigue andando, vas bien, tienes que irte, no frenes. Mi camino, ahora sí, es sólo mío, y que cada uno pague sus pecados dondequiera que éstos lleguen. Aquí me quedo pagando. Tú sigue andando, vas bien. Tú que siempre fuiste el fuerte. Lo sabe quien te conoce, quien nos conoció algún día de verdad.
No pienses en lo que dejas, no dejas nada, vete ya.
Vete.
Vete.
Vete.
Vete.
Vete.
Vete.
Vete.
Vete.

"La necesaria tristeza pa' mantenerse de pie
y con ganas de hacer cosas,
el necesario silencio pa' recordar que hubo ruido.
El justo y breve latido
pa' no acabar en la fosa.
Lo que me dejas es tiempo
bocaos de letra crujiente
la soledad de la gente
y la puñalá del viento."

Marta Vázquez García.
(08/09/2012)

26/8/12

Siempre hay alguien

Yo la perdono, porque la entiendo. Conmigo no necesita rebanar explicaciones, cubrir con necedades deseos maltratados, romper ni demostrar nada.
La vi sentada en el escalón mirando a nadie sin ganas. Le dije "si eso fue nada", "lo sé" contesta ella. Pero lo dice mirando a la foto que tiene arrugada entre las manos. "Yo lo que quiero es que él sepa que le quise más que a nadie, que yo soy la persona que más lo ha querido nunca." "Lo sabe", añado entonces, y ella se acerca a mí un poco. No quiero que deje de echar el llanto ese que echa, que cae como sin consuelo y sin que nadie pueda cortarlo. Le viene bien, eso alivia, limpia impurezas y tranquiliza. Nos deja dormiditos como a los animales, es un esfuerzo muy sano que a veces tiene que hacer el cuerpo. Dejo que ella sepa eso, que le ladre a las estrellas aunque carezca de fe y éstas sean sólo la sombra de una imagen caducada de hace millones de años.
Ella me dijo "me quiero ir", y yo me debo solo a ella. Ni al primero, ni al segundo, ni al fijo, ni al pasajero, ni al misterioso ni al bueno. Sólo a ella, y por eso fui a donde ella quiso correr. Cogió el camino y la seguí, porque yo la seguiría al fin del mundo.
Estaba mal, como todos a veces estamos mal, y necesitaba estarlo. Me cogió la mano y dijo "tú no te vayas", y no me voy. No la dejo, no podría.
Tal vez, si no hubiese estado dentro de su cuerpo tantos días, tantas horas, tantos años de esta vida, no me sentiría así. Pero lo he hecho, y la comprendo. La comprendo como ni ella se comprende, y no me gusta que le hagan daño, que la ignoren, que le griten, que la cojan y la suelten.
"Me he perdido y no me encuentro, no me encuentro", me dice cansada. Yo lo sé, ya lo sabía. "Bueno ¿y qué? Pues ya está, tú sigue andando", le contesto sonriendo. Si me ve a mí sonreír, ella querrá algún día hacerlo.
Ha vivido muchas cosas en muy poquito tiempo, y es flaquita aunque sea fuerte, y es también de carne y hueso aunque también sea valiente. Pero no tiene que preocuparse, porque ella sabe que hice mis votos con todas las ganas del mundo, y que yo no voy a dejarla sola jamás. Lo dije y lo digo ahora: en la alegría y la tristeza, en la rabia y el conformismo, en la riqueza y la pobreza, la salud y enfermedad. Hasta que la muerte nos separe. En tu inestabilidad, en tus faltas y en tus exageraciones, en tus ataques de celos y en tus ataques de libertad, en tus dudas y en tu fe desorbitada, en tu mal genio y tu calentura, en tu amor y en tu venganza, en tu dramatismo absurdo y en tus sueños insensatos, hermosos, enormes. En tu inmadurez y tu condescendencia, en tu mirada y en tu miseria, en tu tinta y en tus dientes. En todo lo que ganas, niñata y guerrera, señora y plebeya, y en todo lo que pierdes. Hasta que el sol nos separe.

23/8/12

A Livia

Cuando la mesa cojea por una pata, una empieza buscando servilletas por doquier. Si a pesar de dicho intento y dicha búsqueda, la pata sigue inservible, una opta por cambiarla, aunque no sea igual que el resto. Lo importante no está en que desentone, entonces, sino en su capacidad para sostener la mesa. Cuando esa mesa cojea por más de una pata y no parece cesar, hay que cambiar esas patas. Cuando cojea por todas las patas que la sujetan, que la mantienen de pie, una debe ignorar la antigüedad de las patas, su anterior calidad o todos esos impedimentos sentimentales que existan. La tabla no puede levitar sobre el vacío, levantar peso sin que haya peso que la levante a ella. Entre el suelo y la tabla debe haber algo.
Hay veces que una no quiere que lleguen. Hay días que prueban nuestra humanidad, nuestras capacidades más innatas y animales, más ancestrales y delicadas. Hay momentos en que una debe aceptar en vez de protestar, aceptar de una vez por todas que se ha equivocado, y que tiene que empezar otra vez desde el principio. Aceptar que no ha sabido escoger bien, que no ha sabido establecer el orden de prioridades, que no ha sabido ponerse en su sitio, ni ocuparse de que el resto reconozca los límites del suyo.
Ya has terminado todas las novelas del despacho de tu padre, y ahora comprendes que no eres la única persona preocupada por los sueños del futuro. Has vivido, y has masticado y tragado tus visiones y problemas, tu dolor, y también lo has echado y te has vaciado, y has intentado poner los puntos sobre las íes. Lo has hecho mal, muy mal. Has confiado en ti misma cuando el resto no se cansaba de repetir que no lo hacía, has buscado y buscado incluso cuando habías asimilado sin problema que ya no ibas a encontrar. La inercia de tu existencia te ha intentado llevar siempre por el sendero de la verdad, por el sendero de lo correcto. Lo has hecho mal, muy mal. Has estudiado, has suspendido, has aprobado. Has jugado y en los juegos muchas veces no se gana, y no has ganado esta vez.
Te prometiste que nadie quedaría impune por un sólo llanto tuyo, que pagarían cada gota que te hiciesen derramar. No lo has cumplido.
Te prometiste no caer en las garras de los juicios y las leyes de la gente, y caíste.
Te prometiste no echar de menos a quien no lo mereciese, y no supiste llevarlo a cabo.
Has sido y eres torpe, como tantas, tantas otras. El amor te vuelve estúpida y parcial, como a tantas, tantas otras. Te nubla el sentido y la dirección, como a los animales que viven en la calle hipnotizados por el brillo de la lluvia y el color malva del cielo cuando oscurece. El amor, que sólo sirve para destruir. Te prometiste no dejar que te lo hiciera nunca más. Como tantas, tantas otras se prometen a la vez que se maquillan y se hacen fotos sonriendo, con el vaso ya vacío en una mano y el vacío del universo y los planetas en la otra.
No has sabido hacerlo bien, y ahora lo sabes. 25 años después, ahora lo sabes, y aún no es tarde. No es tarde para atreverte a echar a nadar adentro sin ayuda, a retarte de una vez a ti misma y acertar, a ocuparte de la vida que esta bola oxigenada y flotante ha decidido que es tuya. Tú la has sacado del vientre cuando apenas tenía fuerza para mover el meñique, tú le has sujetado la frente en pie cuando apenas tenía fuerza sino para vomitar con los ojos entreabiertos, tú le has secado la cara cuando apenas tenía fuerza sino para abandonarse a llorar con desconsuelo. No, no son mucho 25, pero son bastantes años como para darse cuenta. Son sólo los suficientes como para haber llorado con amargura, con ira, como para haber pedido perdón y condescendencia, como para haber sentido al corazón ir cansado.
Ya has querido, y eso es mucho. Has perdido cosas que creías que nunca se separarían de ti, y has aprendido que todo en esta vida se pierde.
Has perdonado, y eso es mucho. Has creído en muchas cosas que sabías, en el fondo de tu mente, que eran mentira. Las has creído pensando que estabas destinada a creerlas.
Has aprendido algunas cosas, y eso es mucho. Hay gente que jamás aprende nada.
Has decidido quedarte con lo bueno de lo malo, y eso es mucho. Hay quien no ve más allá del dolor que le han causado. Tú ves también la calma que dejó el paso de la tormenta, ves el silencio que queda tras el ruido.
Te has equivocado mucho, mucho, mucho. Como tantas, tantas otras. Como tantas, tantas veces. Y ahora toca levantar esa cabeza y volver a empezar de nuevo. Con el coraje de idiota que siempre te ha sabido tener en pie, a destiempo y sin ganas, a base de porrazos y pataletas. Levanta la cabeza y termina ya esta entrada. Tu vida es tuya, de nadie más. Lo has hecho todo fatal, y no pasa nada.
Te quiero, yo sí te quiero. Yo sí te quiero siempre.

18/7/12

Número Nueve

Anoche se me deshizo el hechizo con la espera
Las palmas de las manos con la crema
Los labios secos de lápiz número nueve del Corte Inglés. 
El sueño venció al deseo, la duda se consumió
Los músculos aguantaban pero 
La mente lloraba
Y con su llanto asfixiaba lo poco que me quedaba
De pasión. 
Una hilera de chiquillos me cortó el paso delante
El sabor chicle de lima jugueteó con mi saliva 
Y tragué con más regusto.
La culpa del asesino
La aguja manipulando el ritmo
De mi latido
Que evitaba entre suspiros recordarte.
Toda la noche quebrada 
Y el destino
Hecho una bola de papel de celofán. 
Con la esperanza arrugada es imposible no odiar.


"El respeto que mereces es el que tú te brindes a ti misma." - Zara

17/7/12

Dos silencios

Despedirse de la entrega racional y adentrarse en los suburbios de la mente del poeta atormentado. Huyendo de los conciertos, sólo busco una escritura algo más limpia y honesta, desprovista de abalorio y vestidura, deseosa de realidad.
Un motor inapagable, una mueca permanente y un reloj que me ruega que lo pare. Un pequeño camarón dentro del pecho, una luciérnaga sobre mis ojos de noche, buscando señales divinas en la pared.
Inhalar respiración, subir y romper el cielo, bajar y pisar el suelo.
No puedo más, me supera la descarga matinal, me deja sin energías, me apaga el sol, me lo arranca, me obliga a escalar a tientas, a bucear sin vendas, a mirar más. Me obliga a quitarme ropa, a morderme los labios, a arañarme la cara. Me pone de rodillas y me manda, le obligo a boca abierta y piernas blandas, me quedo sin recursos para protestar sus riñas, permanezco a gatas sola y olisqueando por comida.
Saltar sobre tu cintura, arrancarte el pantalón y lamerte hasta que duela. Tocar el tejado ardiendo, recorrer el mismo espacio y dibujar con mis dedos sobre tus ojos un beso.
Bloquear la puerta, cerrar el cuerpo, encajarnos al momento, fluir el uno con el otro y hundirnos al mismo tiempo, chillando en silencio.
No soporto otro día más, la descarga matinal, abrir los brazos para quemarme, sonreírte levemente con miradas y que tus iris me escupan fuego. Me obligas con tu presencia a apretarme más la venda, a correr hasta el final, a abandonar de un plumazo mis restos de sensatez, a avanzar a cuatro patas. A sentarme del tirón sobre el lomo congelado del venal del corazón, a fingir que todo pasa, a cubrirme con misterio las espaldas. A verificar la espera, a huir de la calma.
Soltarme el pelo a la luz solamente de la luna, bajar los dedos, sentir los tuyos, bailar sobre tu cintura, arrancarte la opinión, la camisa y la razón. Arrancarte con los dientes el botón del pantalón y lamerte hasta que duela, hasta quedarnos sin voz, hasta reventar a besos el tejado, dejar el planeta y la gente de lado, perder el miedo a volar, no querer soltarnos más.
La descarga matinal, que irrumpa y bloquee la puerta, que cierre el cuerpo, sentir, encajarnos al momento. Fluir el uno con el otro y hundirnos por no nadar, y asfixiarnos al compás, chillando entre dos silencios.
Inhalar respiración, subir y romper el cielo, bajar y pisar el suelo.
No despertarme jamás.

24/6/12

Géminis

No, ella no está aquí para enseñarte nada. Si se hizo indispensable fue porque cerraste los párpados un momento, y por flojera luego no querías abrirlos. No le eches ahora la culpa a las películas malas que echan siempre a la entrada del verano, a los sermones de tus padres. No es una cuestión de ética, de ser o de no ser quien uno es. Sólo dejaste el espacio necesario para que entraran sus alas, y ya no hubo suficiente para que tú pudieses abrir las tuyas propias.
No, no pesa tanto el amor. No duele tanto el amor. Es verdad que su poder lo cambia todo, pero también es capaz de aniquilarlo todo. El amor ha derramado más sangre que las guerras, ha hecho más daño que el odio, mucho más daño que el odio. El amor ha maltratado, ha matado, ha destrozado vidas desde que está entre nosotros. Desde que empezamos a decir que es él quien mueve el mundo. Lo mueve, lo agita y lo lanza al infinito del espacio. Nos marea, nos adormece, nos hace débiles y blandos. Es una enfermedad, un virus, un alienígena, una falta de oxígeno en el centro del cerebro, una agonía, un blanco, una uña mal clavada, un dios, una maldición.
Es una droga sin aguja, una aguja llena de aire, un elástico cedido, un trampolín de suicidio.
Lo tiene porque tú se lo diste. No se lo merecía. Nadie ha pagado por él. No, ella no te enseñó nada, lo aprendiste tú solito. Tú buscaste tu dolor, y tú deberías ahora salir de él aunque sea a tientas. Buscar en ti, no en los libros. En ti, no en las ventanas. En ti, no en la bebida. En ti, no en la almohada. En ti, no en la pantalla del televisor.
Nadie da nada a cambio de nada. Ni siquiera ese fantasma psicótico y animal que tantos idolatran, adoran y bautizan como amor.
No dejes que ese flechazo te desgarre las costillas. Agárrate a este mundo mientras gira, a su suelo cuando el cielo no se aguante. Que tu amor ha derramado más lágrimas que las guerras, ha despertado más bestias que el hambre, ha resucitado más que las leyendas, ha hecho más daño que el odio, ha maltratado, escarmentado y sobrado. Y no se lo merecía. Y ya has pagado por él.

14/6/12

Divorcio

No quiere un golpe de viento, una caricia en la mano.
Recomiendo, Señoría, que aquel altavoz silencie las entrañas de esta sala. Que no me saquen navajas. Que la luz se encienda sola al detectar sus sensores que hemos entrado los tres.
Según figura en mi archivo, esta señora ha pedido que se corten esos lazos, que dejen libre el pasillo, que suelten las golondrinas y no tenga fin el libro.
No hay exigencias ni prohibiciones, sólo una nube que baila muy lentamente arañando el cielo. Bajo la fecha, hay una muy breve cláusula primera: que acceda, siempre pacíficamente, a que le arranquen las piernas. Es más bien una sencilla, inofensiva y sensible recomendación, sin presiones ni violencia. No hay pase para la prensa, no hay horario de visita personal, no hay ventanas y no hay ningún cara a cara. La firma todo consiente y va justo bajo el sello. Lo que hoy sea de cada uno ya no es asunto de nadie. No hay cartel fuera de la basura. Nadie tiene derecho a opinar, a insultar, a publicar ni a juzgar nada. Nadie tiene el derecho a preguntar si habría merecido la pena. O se cortarán sus lenguas.
Procediendo de este modo, queda estipulado todo de la manera siguiente: las canciones pertenecen al artista, los huesos a los esclavos, las estrellas al maleante, la pasión a los gitanos, la esperanza a los niños y la herida a todo gen que decida perpetuarse.
Nadie tiene que entenderlo, nadie tiene que escribirlo. Nadie nunca debería buscar nada, preguntar nada, responder nada. Tras la firma, no hay banquetes. Acorde con mi cliente, sus piernas serán cortadas. Sus manos también, si es posible. Sin enfrentamiento alguno y sin un grito, sólo en forma de humilde y sencilla petición. Que no se queden grabados, que no transpire el licor, que no haga frío en el lavabo.
Procediendo de este modo y ambos clientes de acuerdo, queda estipulado todo de la manera siguiente: los trenes en su estación, piernas y brazos cortados, las canciones pertenecen al artista, los huesos a los esclavos, las estrellas al maleante, la pasión a los gitanos, la esperanza a los niños y la herida a todo gen que decida perpetuarse. Que lo roto quede roto para siempre, que no haga falta empujar para entrar en la palabra, que no se pidan disculpas. Que su pícara sonrisa se dirija hacia otro lado, que sus ojos penetrantes disparen hacia otro lado. Que se vaya, que se vaya de verdad, no que tan sólo se dé la vuelta.
Y en cuanto al único fruto, ya él en su día solicitó la custodia permanente y ella aceptó sin problema.

2/6/12

Un cuento

Llegar a manos vacías, como si no tuvieses nada.
Como si todo lo que has aprendido en estos años ya se lo hubiese llevado alguien. Lejos. Y supieses en el fondo de tu conciencia, sobrio y vivo, que no volverá jamás. Y vuelves años atrás mientras te sacas la mierda con el palillo de dientes, mientras te quitas los calcetines, mientras apagas la tele canturreando a Sabina. No hay nadie bajo tu nuca, eso lo sabes, ¿verdad? Nadie en quien rebote entero tu mareo y tu fatiga.
Desde aquí, frente a una pantalla antigua de ordenador de trabajo, uñas verdes de los chinos arañan teclas por ti. No sé qué quieres leer, pero sé lo que te suele gustar oír de mí. Sé que conozco algún cuento y algún poema y quizá algo que pueda ayudarte por un rato. A calmar tu ansiedad con una nube de tinta artificial, con el neón blanco de esta pantalla, con la sonrisa que no ves, que se queda al otro lado.
Me sé un cuento sobre un monje que vivía en lo más alto de alguna parte del mundo. Del Tíbet, probablemente, ya que parece que todos los monjes sabios viven allí, van vestidos con sedas largas naranjas y llevan la cabeza rapada y los pies siempre descalzos. ¿No lo imaginas así?
El monje vivía en algún templo de esos budistas, rodeado de césped frío y de vacas que ellos creen que son sagradas por orden de algún ser superior. Allí llegaban viajeros y peregrinos del mundo para pedirle consejo -aquí se ve que la psiquiatría nunca ha estado tan considerada. Un día de esos, un chico joven de pelo claro, ojos celestes y voz amable, se presentó frente al monje y se inclinó en su presencia.
-Vengo a pedirle consejo, como hacen otros. He oído que sus palabras podrán darme la respuesta que tanto ansío, maestro.
-¿Maestro? - Respondió el monje - ¿Tan lejos llega mi fama? Me sorprende, pero creo que tal vez pueda ayudarte en tu problema.
-¿En serio? Sería asombroso. Se lo agradezco de corazón.
-Pero antes debes responderme a una pregunta muy breve.
-¡Claro! - Contestó el chico intrigado.
-La pregunta es muy sencilla: ¿Quién eres?
-Sencillo: me llamo Alberto Martín Antón.
-No. No te he preguntado cómo te llamas. Te he preguntado quién eres.
-Ah... Bueno, soy un chico de Madrid, trabajo en una academia...
-No. No te he preguntado dónde vives ni en qué trabajas, sino quién eres.
-Pues... No sé. Me gusta mucho la percusión, y el rock, y...
-No. No te he preguntado qué música te gusta. Te he preguntado quién eres.
-Soy el hijo de...
-No te he preguntado de quién eres hijo. No te he preguntado quiénes son tus padres ni cómo se llaman. No te he preguntado qué edad tienes, por dónde sales de fiesta o qué marca de ropa sueles usar más.
-Soy el ex de...
-No. No te he preguntado de quién eres ex. Te he preguntado quién eres. ¿Quién eres?
-No sé. No sé qué esperas que te conteste.
-Entonces me temo que no puedo ayudarte.
El chico se fue de allí cabizbajo y cansado, sintiéndose inútil por no haber sabido contestar a la pregunta del monje. Le dio mil vueltas a la cabeza pero no daba con cuál podría ser la respuesta que aquel señor esperaba. Al final, decidió tumbarse un rato en algún banco del parque, ahora que había poca gente y podría disfrutar del silencio. No pensar, no comerse más el coco con preguntitas absurdas, con acertijos maliciosos, con canciones, con recuerdos, con voces martilleantes que erosionasen su calma. Sabía que le costaría concentrarse, que su cuerpo estaba inquieto y que esa noche, de nuevo, no podría coger el sueño. Lo sabía, pero estaba ya agotado de deambular en su pena quejándose y llorándole a lo mismo, otra vez, otro día, otro nervio, otro ataque de razón, otra patada de viento, otro pedazo de carne.
Estaba tan, tan cansado, que por momentos sintió que todo le daba igual. Que ya nada merecía tanto la pena.
Le pasó algún insecto enorme junto a la oreja, haciendo ruido, y lo espantó de un manotazo. Después se quedó mirando alrededor por si aparecía otro. No parecía haber más. Sonrió para sí mismo. Una niña lo miró desde lo lejos y le siguió la sonrisa. La madre de la niña, al ver que ésta sonreía, no pudo evitar hacerlo a su vez, y provocarle lo mismo a una señora mayor que esperaba en el semáforo para cruzar la calle. El bicho enorme se había ido. La sonrisa duró más. Se tocó un poco la barba, que era débil y muy corta, y después un poco el cuello. El aire que acompañaba a la caída de la tarde era algo más fresco que el que había acompañado a la ciudad todo el día. Vio un logo de un banco sobre un edificio que estaba justo detrás de él, "me falta éste, lo apunto", y sacó el móvil con un juego sobre adivinar los logos de distintas compañías, productos, restaurantes... Ya al descubrir ese logo, se le abriría el nivel 3, y tendría que adivinar otra vez muchos más logos. Resopló, ya que ahora serían más complicados.
-Has vuelto.
-He vuelto.
-Sabes que no voy a poder prestarte ayuda si todavía no eres capaz de contestarme a mi pregunta.
-El otro día estaba triste. Estaba muy enfadado. Enfadado con el mundo, con su ritmo, con mi impotencia, con las personas. Estaba demasiado nervioso para pensar.
-Cuando las aguas se calman, hasta sobre las más turbias se reflejan las estrellas. Cuando el león esconde sus pezuñas y se retrae en su cueva, no es más que un pobre animal, mortal y herido, cansado y diminuto. Cuando se apagan todas las bombillas, en la oscuridad lejana e inquietante, miles de miles de millones de galaxias se desnudan y se dejan amar por el universo. Cuando los gritos se agotan, el silencio empieza a hablar, a combatir la verdad. Cuando el sol al fin se marcha, estrellas mucho más grandes se dejan observar, bailando ahorcadas en el cielo. ¿Lo entiendes?
-Lo entiendo.
-Te haré entonces mi pregunta: ¿Quién eres?
Alberto sonrió una vez más. Sin alegría, pero en paz. Con la mirada amoratada de haber llorado sus guerras, las que le correspondían. Puso su ojo a la altura de los ojos del maestro, y le ofreció su respuesta.
-Soy quien soy, maestro. Soy quien soy.
Sé quién eres. Quiero que sepas quién eres. Quiero que pienses en el abrazo que me diste en la habitación de Dani al despedirnos en Egham, hace ahora tres años. Que te acuerdes de la fuerza con que enredaste tus brazos en mi espalda y las ganas con que dije que te echaría de menos. Que recuerdes tu entusiasmo, tus insultos, tus travesuras, tus fiestas, tus conquistas, tus matanzas, tus tormentos y tu risa escandalosa, contagiosa, abierta y limpia. Tu sed, tu humor, tu cariño. Tus milagros, tus pecados, tus juegos y tus viajes. Tu valentía, tus dudas. Tus amigos y enemigos. Tus dramas y tus comedias. Tu historia.
Sabes quién eres.
Te quiero.


25/4/12

Esteban


Puedo verlo aparecer desde la calle. Abro las piernas poco a poco para así participar de esta invasión, de este abuso. Voy a recortar mis manos según tamaños de folio, A4 mojado en tinta. Y así empieza este relato que no entiende de convenios, de reglas ni de academias. Agitaré entre mis manos la pluma que me introduce en la libertad eterna, en un planeta lejano de una galaxia inescrutable, dentro de la nave oscura dentro de la cual me siento más mujer, más asesina, más carne y huesos que en ningún otro lado, que en cualquier otra parte.
Voy a decirlo con la pasión con la que la gente toma la opción de darse la vuelta, de hacer oídos sordos del dolor, hasta que somos nosotros a los que arrancan la lengua, a los que ponen bocabajo y vacían los bolsillos, a los que despeina el mar, a los que hunden en la arena, a los que pisan y empujan con sus bailes y sus fiestas, con sus objetos pensantes y sus ferias y sus ropas de colores y sus chillidos agudos, y sus colas de serpientes, y sus pieles de lirón, y sus panteras, sus grillos, sus ambientadores, clavos y sartenes, canales y cintas de aeróbic y vídeo, y sostenes de charol.
Lo veo venir desde el sol, la locura y la certeza, las preguntas y la muerte, Júpiter dando su cuerpo para que impacten contra él los meteoritos y lluvias de cometas suicidas que persiguen a la tierra.
Lo veo caer desde el cielo como caíste tú a mi vida, abriendo esas alas tristes que hacen de paracaídas, alumbrando este reflejo de océano y luz de luna, de barco hundido, de niña muerta que resucita y que araña su ataúd desde dentro.
Llegaste, y aún no te has ido. 
Tú, dragón de piel de abrigo
Oso bueno, león herido
Camaleón, perro mendigo.
Tú, letra pequeña del mundo, etiqueta del destino, utopía de los romances de caballeros andantes. 
Sin espadas ni armadura, sin secretos y sin prisa. Llegas, te sientas, te quedas. Con tus dedos mordisqueados y tus labios en mis labios, con tu cuerpo sobre el mío, con tu verdad cabezota y tus trajes de chaqueta. Con tu escritura, tu silencio y tus ataques nocturnos, tu celo y tus juicios mudos. Tu entrega, siempre inmediata, tu devoción fiel e inmóvil. Tu falta de fe y de prisa, tus planes de futuro y tus pelos en la espalda.
Llegas, te sientas, te quedas. 
Llegas, te tumbas, me besas. 
Llegas, me abarcas, me llenas. 
Llegas, te duermes, me sueñas. 
Llegas, me tocas, me esperas. 
Llegas, me escuchas, me tiemplas.
Apareces y me amas de repente, y me amas para siempre, y me amas y no te vas.