14/6/12

Divorcio

No quiere un golpe de viento, una caricia en la mano.
Recomiendo, Señoría, que aquel altavoz silencie las entrañas de esta sala. Que no me saquen navajas. Que la luz se encienda sola al detectar sus sensores que hemos entrado los tres.
Según figura en mi archivo, esta señora ha pedido que se corten esos lazos, que dejen libre el pasillo, que suelten las golondrinas y no tenga fin el libro.
No hay exigencias ni prohibiciones, sólo una nube que baila muy lentamente arañando el cielo. Bajo la fecha, hay una muy breve cláusula primera: que acceda, siempre pacíficamente, a que le arranquen las piernas. Es más bien una sencilla, inofensiva y sensible recomendación, sin presiones ni violencia. No hay pase para la prensa, no hay horario de visita personal, no hay ventanas y no hay ningún cara a cara. La firma todo consiente y va justo bajo el sello. Lo que hoy sea de cada uno ya no es asunto de nadie. No hay cartel fuera de la basura. Nadie tiene derecho a opinar, a insultar, a publicar ni a juzgar nada. Nadie tiene el derecho a preguntar si habría merecido la pena. O se cortarán sus lenguas.
Procediendo de este modo, queda estipulado todo de la manera siguiente: las canciones pertenecen al artista, los huesos a los esclavos, las estrellas al maleante, la pasión a los gitanos, la esperanza a los niños y la herida a todo gen que decida perpetuarse.
Nadie tiene que entenderlo, nadie tiene que escribirlo. Nadie nunca debería buscar nada, preguntar nada, responder nada. Tras la firma, no hay banquetes. Acorde con mi cliente, sus piernas serán cortadas. Sus manos también, si es posible. Sin enfrentamiento alguno y sin un grito, sólo en forma de humilde y sencilla petición. Que no se queden grabados, que no transpire el licor, que no haga frío en el lavabo.
Procediendo de este modo y ambos clientes de acuerdo, queda estipulado todo de la manera siguiente: los trenes en su estación, piernas y brazos cortados, las canciones pertenecen al artista, los huesos a los esclavos, las estrellas al maleante, la pasión a los gitanos, la esperanza a los niños y la herida a todo gen que decida perpetuarse. Que lo roto quede roto para siempre, que no haga falta empujar para entrar en la palabra, que no se pidan disculpas. Que su pícara sonrisa se dirija hacia otro lado, que sus ojos penetrantes disparen hacia otro lado. Que se vaya, que se vaya de verdad, no que tan sólo se dé la vuelta.
Y en cuanto al único fruto, ya él en su día solicitó la custodia permanente y ella aceptó sin problema.

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