11/12/11

Lo que se espera del verano

Sin haberlo así pedido, aprendí a nadar bajo aguas agitadas. Y ahora los mares tranquilos me inquietan.
Miro a un lado, luego al otro, como esperando que lleguen tiburones que no están. Cierro los ojos y me sumerjo, por si alguna ola decide arremeter contra la orilla. Pero no siento que nada acaricie mi cabeza. No siento movimiento.
Vuelvo arriba, miro al sol. Ni una sola nube en todo el cielo me impide poder mirarlo. El agua se sobrepone hermosa sobre la manta de arena, llena de rayos de luz que se arrugan, al compás de una leve brisa marina, que sube y baja ligeramente, que viene y va y no se queda. Me veo un poco los pies, no hay una alga que me lo impida.
Agito la superficie con las manos y una fugaz capa de sal aparece. Y desaparece justo al apartar mis dedos.
No se ve un barco acercarse, no parece ser que vaya a subir la marea, que sea día para pescar, jugar a los karatecas con las olas, agarrarse la parte de arriba del bikini. Doy pie vaya a donde vaya. La temperatura es suave y agradable, la luz no quema, no hay piedras ni conchas rotas bajo la planta del pie, que se pasea por el fondo como si éste estuviese hecho de seda mojada.
No hay una sola gaviota que rompa la melodía del circular tranquilo de mi cuerpo, vertical, sobre este verde azulado, azul verdoso, que nada engulle y nada escupe.
Y yo, que soy tijera extranjera, inmigrante no querida, patera flotante ignorante de la orilla. Yo, que aprendí a nadar porque alguien me retiró la escalera, que cogí miedo a tirarme de cabeza en las piscinas, que nunca he sabido estar. Por eso precisamente, yo, piraña de agua agria, sal hirviendo, sol bemol, me paso el día esperando que la calma se evapore, que la tormenta me abrace, que mis pies toquen alguna bolsa y la confunda con medusas.
El susto de que una gota se resbale desde el cielo, que algún niño haga un castillo y lo destruya una sucesión de olas, que empiece a enfriar la tarde y se me haya olvidado bajar la toalla. Un imprevisto que rompa esta paz de asesinato. Un pequeño caos que me haga despertar del sueño eterno, y morirme poco a poco, y apagarme poco a poco, como hacemos los humanos.
Latir la balsa, rajar la espalda del calamar. Besar lo que antes fue mio, rezarle a nadie, dormirme la noche entera, respirar hondo, soñar con algo.

17/11/11

Palabra

No puedes reñirle a un niño por ser un niño. Los niños corren, patalean, te tiran de la falda y saltan sobre el sofá. Puedes darle directrices, pero él te mira con sus ojos, tan transparentes y brillantes como las canicas, tan quietos e inocentes, y vuelve a desviar la mirada. Y no comprende las palabras, porque, al fin y al cabo, seamos sensatos: son sólo palabras.
Échale carne al tigre o jamás se moverá. La piel necesita agua, las venas sangre, las raíces sol.
La literatura es eso: pintura sobre las uñas, las marcas sobre el sofá. Pero palabras... las palabras son tan sólo el recipiente. Escribir sin sentimiento es como gritar sin voz. El empeño ya lo has puesto, ahora falta el contenido. Ya has abierto bien la boca y tienes a Dios delante, y has conseguido que te ardan las tripas y el corazón. Bien. Ahora coge aire, baja el diafragma, traga saliva y deja salir la voz.
No puedes decirle a un niño que no es bueno ser un niño. Los niños necesitan ser niños antes que adultos. Necesitan que les riñan, y necesitan seguir cometiendo el mismo error aunque les hayas reñido. Necesitan una madre, pero eso no significa que le deban hacer caso como si fuesen soldados.
Los corazones valientes escriben frases mejores, luchan batallas más largas, vuelven siempre ganadores al hogar aunque pierdan la guerra.
Los corazones que sienten saben distinguir horas y agujas, gatos y lobos, pueblos y cielo. Saben llorar sin el llanto, nadar sin que les empujen, saltar sin saber nadar.
Se duelen y autodestruyen, pero tienen herramientas para construirse de nuevo, porque ya han visto su caída y la han visto desde dentro. Ya se conocen las cicatrices, el susto y dónde está el mando a distancia para bajar la camilla.
Caen, y caen sabiendo qué están haciendo, y no se arrepienten nunca.
Porque los niños no pueden arrepentirse de ser niños. Como un adulto no puede evitar ser un adulto, cargar con esa conciencia asfixiante de lo real de las cosas, convivir con la certeza de la muerte y compaginar trabajo, preocupación personal y compromiso familiar. Todo en ellos es sencillo y complicado, esquemático y vacío.
Aprendieron a mirar, pero nunca a comprender qué estaban viendo.
Los niños viven a base de cardenales y manchas, de desorden y de historias, pero lo comprenden todo. Y lo comprenden porque lo viven, lo sienten, lo sueñan, lo buscan, lo persiguen y lo aman. Y es imposible entender aquello que no se ama.

PD: Quiero dedicarle esta entrada a Alberto Martín Antón, que, como yo, sabe que el corazón es capaz de gritar tanto como para dejar sordo. Te quiero, Albert.

13/11/11

"Dedícale una entrada a los adolescentes."

Lo hago porque he visto que llevas pintado con boli en la mano izquierda "hacerme un tatuaje".
Lo hago porque veo cómo te pasas las horas, los días, pegada a la Blackberry como si fuese un puto bote salvavidas. Con esos cascos gigantes y estridentes que hacen retumbar el bus incluso cuando está parado, haciendo que todos oigamos también a Rihanna (como si no estuviese ya por todas partes).
Miráis con desprecio porque os miran con desprecio, pero nadie aún os ha dicho que no pasa nada. Y ¿sabéis qué? Que no pasa nada.
No eres tu pelo negro teñido con reflejos azules, ni tus pantalones altos. No eres el lápiz negro sobre tus ojos, ni la falda que te has puesto para que te miren ellos.
No eres "generación nini" ni ninguna otra estupidez que se inventen. Pero todavía nadie te lo ha dicho. Nadie te dice que no te preocupes, que no pasa nada.
No te hagas el tatuaje.
Recuerdo cuando yo tenía tu edad. Hay cosas que nunca cambian. Todo era tan negro como mis camisetas XL, yo que era tan flaquita y siempre iba vestida con ropa ancha y me veía aún más flaca, más poca cosa, más pequeñita. El pelo sobre la cara, rojo sangre, y una pulsera de pinchos que había comprado en El Duque. No sé si es que pensaba que los pinchos me hacían parecer mejor, o me hacían ganar respeto. Pero desde luego sí que conseguía que me mirasen. Me miraban, me juzgaban, pero nadie me decía "no te preocupes, no pasa nada."
A mí sólo me importaban de verdad Kurt Cobain, Metallica y beber vodka con lima en La Alameda. Grandes tiempos, poca cosa. No confiaba en mis amigos, pero me moría de miedo cuando pensaba en perderlos. Y me quedaba embobada con los que hacían malabares en el centro de la plaza, que entonces era de arena, y no había chorros de agua que saliesen hacia arriba, ni bancos de forma extraña, ni tanta luz por las noches.
Conocí gente que me decía que dormía en ataúdes, que les daba miedo el sol. Eran de mi edad. Otros escupían fuego, otros fumaban césped. Bueno, a mí me parecían personas mucho más respetables que los que todos denominaban como "normales".
Recuerdo la lengua seca, la absenta bajar despacio, el sabor a menta y humo. Los brazos, los cuerpos, el vacío, el sonido en altavoz y la resaca en el pecho. Recuerdo piernas, pero también el sentimiento de que no significaba mucho más que precisamente eso: piernas abiertas y vasos llenos. Y brazos siempre pidiendo amor, cuando aún ni comprendía qué cojones era eso del amor.
Recuerdo el caos, la incertidumbre, la furia y la sensación de que todo lo que hacía era siempre para nada.
Quiero sentarme frente a ti y mirarte sin que te sientas amenazada, y decirte de una vez que no debes preocuparte, que no pasa nada, que no eres un bicho raro, que es mentira que no sirvas para nada, que esperes para hacerte el tatuaje, que no eres tu tinte de pelo, que no eres tu Blackberry, ni tu ropa, ni tu cuerpo, ni el maldito maquillaje que no deja ver tu cara.
No, no tiene derecho a gritarte.
Sí, te quieren, pero no saben demostrarlo.
No, no porque sean tus padres deben actuar de esa forma.
No, no lo hacen con intención, pero nadie les ha dicho que eso no se hace así.
No, no te mereces ser de esta forma, ni que hagan eso, ni escuchar eso.
No, no tienes que demostrar nada.
Sí, es difícil estar sola.
No, en realidad no lo estás.
Sí, algún día te darás cuenta.
Y no, no es tu culpa.
Y sí, se va a arreglar.
Y no, no pasa nada.

4/11/11

Hacha que rompe un mar en calma

Quiero esta letra más grande, y los tacones más finos. El plástico más duro y la botella más vacía.
Lo oigo desde fuera y retumba en mis oídos.
Puede que tengan razón, pero ya no me acordaba. No recordaba que el humo es parte de mis pulmones, que la duda es mi camino y que nací en el show business del moverme sin pararme a descansar en ningún sitio.
Recuerdo con emoción pero a la vez con tristeza que nací con esta goma quemada y con este lazo de autenticidad. Soy uno de esos bicharracos que no admiten zoológicos. Uno de esos delfines que se suicidan cuando ven que su océano tiene límites, paredes que demuestran que estaba en una piscina.
Quiero esta letra más grande, que los recuerdos no duelan, que las cenizas vuelvan a arder, pero que lo hagan con viento, como se azuza en la candela, como se revive a un casi ahogado. Boca a boca.
Miro el espejo y la veo, la echo de menos un poco. Echo de menos las manos levantadas con un vaso de tinto echado hasta el filo. Echo de menos los labios sedientos de sueños propios de películas de Disney. Un cuerpo salvaje que sigue pidiendo brazos que lo acaricien y prueben, una voz cruda y sincera que hacía silenciar al resto.
Un grito de guerra firme. Una guerra siempre en pie.
Quiero que suenen mis botas a lo largo del pasillo, que vuelva a hacerme ilusión desconcertar a la gente, que me deje de pesar la incertidumbre.
Descubrir no era lo mio, eso se lo dio ya Dios a otros.
Yo tenía que pelear, que protestar. Yo tenía que sorprender, no que cuidar. Yo tenía que encender, no que apagar.
La veo en el espejo y creo que se perdió un día en mitad del camino. La niña del sombrero y la guitarra. La que quería escribir siempre pero nunca enseñar nada. La que hacía un circo de sus errores, un cumpleaños con sus aciertos y un concierto con sus lloros. Una leo pisoteada que mostraba con orgullo la señal de los zapatos en su cara, las rajas del corazón. La dictadora de Israel, el ángel de pensamientos impuros, la playa donde el Tsunami parecía sólo verse de lejos, como en la tele, como durmiendo, como en un cuadro, como en un cuento.
Tengo un nombre, una etiqueta y un alma. De mi alma no sé qué queda, pero hay fotos que demuestran que la tuve. La etiqueta va colgada de la chaqueta que más uso. El nombre me lo dan ellos.
Amo mi lado adorable, y siempre he detestado y admirado con ahínco al despreciable. Lo amo tanto que lo odio y lo odio tanto que he llegado a idolatrarlo.
No sé aún quién soy sin ti, pero sé qué soy sin mí. Y sin mí ya no soy nada.
Me pidieron la costilla, y ahora debo recoger lo que quieran darme a cambio. La manzana va mordida, tu foto está en mi cartera y la mía en tu pantalla.
Eres mi nido, pero eso no significa que ya no tenga que usar mis alas. Eres el palo de mi bandera, la puerta de la única casa que deseé llamar hogar. Eres el único tallo de una flor carnívora e inestable, que necesita la tierra pero le canta a las nubes.
Siempre tengo algo que decir, y sabes que siempre intento decirlo.
Siempre tengo llanto que llorar, y bien sabes que lo lloro.
Siempre llevo amor encima, y bien sabes que, la mayoría de las veces, es sólo tuyo.
Siempre que me paro en seco, recuerdo que tú me quieres, que tú me esperas, que me deseas, que me haces sitio en tu cuerpo porque tu cuerpo me pide a gritos, me llama a gritos, me canta suave y me escribe.
Porque tú eres más que carne y yo más que confusión.
Y quiero esta letra grande, y la pantalla ya no da a más.
Tiempo al tiempo, me repiten.
Esa pantera inconsciente a la que no habían dañado, a la que temían llevar la contraria cuando hablaba. La niña de botas altas y pelo rojo. La niña de Fotolog que creía que la Erasmus era descubrir el mundo.
Necesito reencontrar a esa persona aunque ya no sea tan niña. Necesito decirle que la añoro y que la necesito igual que antes, que la entiendo y no la juzgo, que he sufrido dentro de ella, junto a ella, frente a ella. Que es parte de mí y soy sólo una extensión de sus golpes. Tan sólo su imparable evolución. Decirle que la quiero, que la quiero con locura aunque no se lo demuestre. Ella sabe que me cuesta demostrarlo algunas veces. Sabe de todas mis dudas, de todos mis defectos, de todos mis deseos. Lleva en sí lo que más ansío en el mundo. Lo que perdí y se fue con todo. Lo que me impidió volver.
Lo siento mucho, mi vida. Siento en el alma lo que te he hecho.

1/11/11

La noche de los gatos

Sus patas se asoman a un tejado cochambroso para verla. Sus bigotes intentan respirarla, su lengua saborearla.
El vertedero está lleno de gatos como él, y todos se reúnen cada noche para mirarle y reírse. Para ver cómo salta de techo en techo, casi sin fuerzas, estirando bien el cuello por si así besa una nube. Cuando el día se difumina y la noche sube fría, él pone su cuerpo en pie y, como gato callejero, recorre las chimeneas, las ventanas y farolas intentando llegar alto, todo lo alto que pueda, para que ella note un día su presencia.
"Ese minino desgraciado ha perdido la cabeza", le dicen los más viejos. "Hueles a basura, no sabes amar a nada porque no has tenido nada, porque eres sólo un gato. No va a fijarse en ti."
Las risas del resto retumban entre los coches, en las montañas de deshechos, en cada calle de la ciudad. Su eco cubre el cielo donde una luna blanca y redonda ignora todos los saltos, los tropiezos y la lucha del gato más cabezota y kamikaze del mundo.
"La quiero a ella", les dijo un día a sus compañeros, mientras éstos devoraban ansiosos un pescado. "Ya lo sabemos, cabeza hueca, pero es inalcanzable, porque está a otro nivel, es de otra especie, forma, ente, corazón. Es totalmente distinta a ti y a todos nosotros. Ni siquiera es animal."
Pero volvía a caer la noche y él volvía a cerrar los ojos, abrir las patas y subir alto, alto, al tejado que más cerca pareciese estar de ella.
Le veían caer, reían a carcajadas, apostaban a su costa, le imitaban.
Un gato y la luna. Era lo más absurdo que habían escuchado nunca.
Era físicamente, biológicamente imposible.
Una noche entre tantas, el gato se cansó de ver cómo se mofaban a su costa, y llorando y cabizbajo, por primera vez en años, decidió que tal vez era el momento de rendirse. Pensó que quizá sería oportuno no dormir esa noche en el tejado, sino abajo junto a todos los demás gatos, e intentar también fijarse en una gata, que había muchas, y vivir cómo llevaban toda la vida diciendo que tenía que vivir. Al fin y al cabo era un gato, se miraba reflejado en las charcas y la verdad le golpeaba: un gato como los otros, como todos, uno más; con su pelo gris, sus ojos rasgados, sus orejas pequeñas, su cuerpo felino.
"Me rindo", anunció aquella noche justo antes de retirarse a su rincón a dormir.
Entonces, toda la ciudad entera oscureció.
Las farolas no se encendían, los coches frenaron por miedo a seguir a oscuras. Las ventanas se abrían buscando los destellos de la luna.
Pero la luna se había apagado.
Al darse cuenta de lo ocurrido, todos los que habían gastado tantas horas riéndose de su amigo, fueron deprisa a despertarlo. "Mira, se ha ido." Él subió desconcertado al tejado donde tantas, tantas noches la había observado, le había maullado incansablemente sin obtener resultado, y en cuanto su silueta se reflejó en el horizonte, una luz clara empezó a surgir desde todas las esquinas, los edificios, el río, las carreteras, los pozos. La ciudad volvió de nuevo a iluminarse y la luna apareció, de nuevo, sobre todas sus cabezas.
El gato rompió a llorar, y dio un pasito adelante, un sólo salto un poquito más grande que todos los que ya había dado.
Y dejando el tejado detrás suya, subió a una estrella, y el resto le observó sin decir nada. Y de una estrella saltó a otra. Y de esa a otra. Y así hasta que llegó a ella.
La luna ahora brilla más que nunca y tiene orejas de gato.

28/10/11

Mar

Venga, brindemos por la bruja aborrecible que vive en mí. Un maravilloso brindis por todos mis malos ratos. Por este cuenco de cereales, por esta cola de super llena de viejas metomentodo. Por esta ruina de pueblo lleno de hormigas envidiosas, por esta tira de fotos, por esta guerra donde todos quieren luchar sin saber cuál es el premio.
Brindemos por este barro donde intento esconder bien la cabeza.
Me pinto bien las uñas con un rojo pastoso que se me quita al tocar la ropa, me suelto el pelo y me visto como si fuese a importarme quién vaya a verme y quién no. Me echo cacao de frambuesa y chocolate en los labios.
He desayunado hoy. Qué triunfo.
Voy guapa, qué triunfo.
Venga va, pues a beberme el Cola Cao en honor a la serpiente que circula mi garganta, a mi parte insensata e inmadura, a mis horas de desahucio de mí misma. He sacado a pasear mi parte mala, a ver si ayuda a dar brillo, a ahogar con barniz y pasta de dientes sabor mentol, a mi parte más sensata, más honesta, más brillante, más buena. Y brindemos por su garra, que ya mantuvo de pie el mismo cuerpo otras veces.
Ya han dicho todo lo que ellos creían tener que decir. Ahora fuera, que esto es mío. Ahora yo con mi reflejo, que repasa los renglones del guión que le mostré. Los repasa de memoria.
Pienso bajo una lluvia artificial y un plato blanco de ducha.
Todos fuera. Ahora sólo yo y el agua.
Si lo único que quiero es quererte con verdad. Quiero que mi amor sea justo, que sea fuerte y sea valiente. Quiero ver cómo corre por las venas como baja ahora este agua por mis piernas. Que sea tan puro como el jabón, tan limpio como mi cuerpo, tan suave como el champú, tan resistente como este suelo.
Que sea honrado como ya no hay casi nada, casi nadie.
No puedo darte algo menos de lo que tú te mereces. Detesto las medias tintas del despertar porque hay sol, dormir porque ha oscurecido y morirse porque dicen que todos tienen que hacerlo.
No creo a nadie, no creo ya nada.
Quiero un amor raro y noble. Quiero un sol sobre tu techo, no alguna estrella al azar, cruzada de brazos. Quiero una luz que no apaguen ni el invierno ni las nubes. Quiero humanidad, no tinta. Quiero compañía, no celo.
Quiero el tiempo, no un reloj.
Quiero echarte de menos a ti, no a la rutina de estar contigo.
Quiero saber que es posible, descubrir un día de estos que podemos, que la vida puede ser nuestro escenario y escondite, nuestro viaje y nuestra vuelta. Nuestro. Nuestra. Que podemos hacernos felices sin más.
Y no pienso darte menos.


Reproduciendo: Oleo de una mujer con sombrero ~ Silvio Rodriguez.

27/10/11

Nada

Ya no se ve la silueta del pueblo, aunque cualquier marinero que se precie sabe que salió de uno. No se ve el puerto, quedó lejos, porque el navío salió deprisa, rompiendo el agua y llevando la contraria a las rabiosas olas que se iban interponiendo. Queríamos bebernos la sal del mar, y masticar las gaviotas al vuelo, mientras los diminutos pueblerinos observaban como íbamos haciéndonos tan chicos e indefensos como ellos. Quisimos ser parte del sol cuando huye, escondiéndonos debajo de su marea. Quisimos que no escuchasen el rugido de nuestras almas. Y zarpamos, sin rumbo, con fe por encontrar a la ballena gigante de color perla. A ella.
En tierra nos habían dicho que era difícil hallarla. Que nos quedásemos quietos. Yo me puse mis botas celestes de invierno y te di un toque en el tobillo, intentando que tus ojos se chocaran con los míos. ¿No se chocaron acaso? Lo hice bien, aunque todo alrededor siguiese oscuro. "No buscad a la temible ballena blanca", decían. "Es huidiza y hay quien dice que no existe."
Nosotros existimos. Volamos la cometa, confiamos en los cambios. Soportamos temporales y pescamos cestas llenas.
No nos importó la ruina, ni la llave de acero oxidada que encierra a la noche detrás de los edificios. No nos importó la falta de esperanza de la gente, de la vida, de un Dios que nunca contesta. No fuimos sólo espigas de un desierto, sólo sueños al azar. Tú y yo estábamos escritos. Y lo estamos.
No lamenté gritar por ti, porque fuiste la polea que alzaba mi grito, y sin ti no había cielo ni techo que alcanzar. No había paraíso que entender ni infierno del que huir. Ni destino ni intención.
No fui consciente del mundo hasta que tú lo trajiste.
Por eso nos subimos al ballenero Pequod, a ver si así lográbamos hacernos con la bestia. Queríamos el tesoro que no parece dinero, que nadie nunca se había atrevido a buscar. Queríamos huir del polvo y del barro, del mercado y los ladrones, de la injusticia y la pobreza. Queríamos ser ricos de corazón, los dos juntos, porque al coger nuestras manos, nuestros dedos encajaban como un puzzle. Y encajados zarpamos, sin mirar hacia atrás, sin dudar, sin desconfiar del cielo azul marino, ni del mar gris, ni del viento. Nos dejamos arrastrar, e hicimos bien. Porque quien nunca se atreve a soltar anclas, nunca encuentra ni conoce.
Buscamos a la ballena, a la Gran Ballena Blanca. A Moby Dick. Por océanos de algas, de criaturas marinas y de arrecifes salvajes. Luchamos contra Neptuno, contra tiburones, monstruos, sirenas y piratas. Vimos el atardecer de sitios que nadie contempló nunca. Perdimos de vista cualquier señal humana, cualquier rastro de tierra. El concepto de que un mundo firme y redondo realmente hubiese existido quedó atrás como si fuese alguna leyenda absurda. No queríamos saber nada de la guerra, de los golpes, de los rotos, de las playas. Sólo una cosa latía en mi insensato corazón: encontrar a Moby Dick.
Fui un Ahab testarudo que arrastrada su silueta por proa y popa cada noche. Que perseguía tus brazos como único sustento, tu aliento como única señal de que aún estaba viva. Eras tú mi Capitán, y yo solamente un loco que ansiaba desesperado ver a una puta ballena en la que nadie creía.
Al final, Moby Dick apareció. Yo lo divisé un día, de lejos, y me solté de tu mano. ¿Qué es Moby Dick? ¿Y qué importa? Un deseo borroso y torpe de un futuro que ahora queda hecho comida de cangrejos en el fondo del océano. La suerte.
Desapareció, tan grande como era, y tan blanca, ante mis ojos sin más. No había existido jamás, había sido un espejismo. Se difuminó y borró como la cera bajo la lluvia, como el dibujo de un niño que se sale de los bordes del papel.
Se comió el día, se fue con él.
Yo, Ahab, que lo único que había deseado realmente, con obsesión enfermiza, durante toda mi vida, era encontrar a aquella hermosa y temida criatura, me veía sin absolutamente nada ahora por lo que seguir luchando. Si mi sueño ya era humo, ¿cómo iba a volver a tierra? Detrás sólo había agua. Y delante un mar enorme sin ballenas y sin fin. De noche sólo un cielo oscuro, frío y cerrado. Una brújula sin norte, un ballenero que sigue en pie pero que ya no busca nada, y que ya no espera nada.

26/10/11

Recuerda

Enredada con el mando del televisor, como un robot resfriado, haciendo zapping por no pensar, mientras un corazón débil me da calambres sonoros a destiempo.
Recuerda. Se te cayó la carpeta cuando lo viste pasar, como en las pelis. Le seguiste con los ojos mientras subía la escalera, peleaste por sentarte a su lado, sentiste su saliva en tu saliva y luego dejaste, sin más, que se fuera. No sabías nada de la vida, ¿ahora acaso sí? Sigues siendo la gatita que se mira en un espejo, que es de papel Albal roto, creyendo ver un león. El coraje imaginario de tus ganas de vivir te mantenían de pie, pero ni siquiera habías nacido con patas fuertes.
El resto de los gatos caen de pie, pero tú saltas de boca.
Al menos eres de las que saltan, de las que luchan aunque sea a solas, de las que buscan donde el resto no cree poder encontrar. Naciste pez y vives en tierra. Marioneta que mordió la cuerda con los colmillos entre ataques de ansiedad. Una rebelde que llora. Una defensora enana y ridícula del show necio y despreciable que es la verdad.
Eres valiente aunque ahora no te acuerdes.
Recuerda. Tenías un sueño, una carpeta de color negro a punto de reventar. Querías luchar por eso. Incluso cuando él vino. Coge el boli. Míralo. Y recuerda.
Enredada con la manta y tumbada en el sofá. Ahora miras de reojo por la ventana de noche y las estrellas son sólo espacios diminutos de vacío. Tus lunas son pequeñitas, partidas por la mitad, con una parte de color rosa y la otra color azul. Todas las noches las tragas y rezas para dormirte.
No pasa nada, tienes derecho a retirarte de la batalla, a decirle al Coronel que quieres dejar la guerra. A cerrar el pestillo y los ojos. A ignorar la melodía de su mañana tranquila y sumergirte en el ruido insoportable de ti misma, toda hecha calamidad, deseos incontrolados y desesperación. Tienes derecho a intentar aprender a convivir contigo misma, en tu interior, que es todo contradicción, que es todo historias.
Una persona que no sabe lo que quiere no le hace bien a nadie. Siempre es mejor volar solo que arañando las alas de los demás.


"Lo más triste de todo es que al final se supera." - Alejandro Candela Rodríguez.

25/10/11

Mariposa

¿Acaso no es aquí donde recojo mis excrementos? Pues que así sea.
Porque parece que no existe diagnóstico comprobable de una ética tan macabra y transparente. No hay una ley natural que verifique ser así. No hay manera de entenderlo. Ni, ya que estamos, de explicarlo. Ni en un blog sensiblero construido precisamente para ello, para intentar descifrar y poner nombre a las cosas que no toco con las manos.
No quise duelo, no me bastaba. No quise huir, no me bastaba. No acepté el silencio absurdo de dejar que el tiempo pase arrastrando la basura. No acepto nada que implique suciedad o ambigüedad. Pero yo en sí soy ambigua, soy sucia y soy triste.
Soy el golpe en la ventana y los cristales cayendo.
Soy el mordisco que encuentra hueso.
Soy el grito hacia dentro y el vuelo desordenado de un pájaro sin una de sus alas.
No entiendo ni veo el problema, no sé por dónde empezar a buscar la solución. No sé si, tal vez, mi única misión -y por tanto único fin- consiste en buscar, pero no implica tener la obligación de encontrar.
Soy como la mariposa que sueltan en el medio de la selva y no recuerda por qué había rogado estar allí.
Soy la selva que la observa.
Miro el reloj y me digo "todo ha ocurrido por algo."


"Borramos con los codos lo que habíamos escrito con el corazón." - "Diamante" (Coti)

16/9/11

Pataleta

Quiero sinceridad. No me importa que haya gente que considere el artificio como una forma de arte útil. Mi único arte es la verdad, y mi único método el boxeo literario. No quiero resumir, sino hacer pensar. No se trata de construir laberintos lingüísticos indescifrables, opacos, sino de dejarle a ellos que aprendan a abrir la puerta. Quiero hijos independientes. Quiero crear personas dignas de respeto, no sólo de observación. Quiero romper, no acariciar. Quiero gritar, quiero ira, quiero apretar bien la pluma hasta que empape y atraviese el trozo de folio y manche la mesa. No quiero tatuar, quiero arañar. Quiero que sientan, no que se evadan. No quiero construir lecturas de sudoku veraniego, de sábado por la noche ni de adorno "apañao" de cabecera. Quiero palabras que hieran, que amen y que encandilen.
No quiero escribir por vicio, sino por vocación.
No quiero escribir para conseguir prestigio, sino para desarmar el prejuicio del silencio.
No busco regalarles otro espejo, de esos ya tienen bastantes. Necesitan más ventanas.
Quiero que mis libros sean ventanas.
No quiero picaportes, sino rotos.
No quiero bombilla de salón de mecedora, sino neón insoportable en la boca de un desierto.
Quiero rock, quiero lápiz, quiero coraje y quiero palabra.
Quiero una ovación fugaz a la memoria de Sábato y las 24 horas por delante hundida en papel en blanco.
Estoy harta de folletos, de memorias y de sentimentalismos. Quiero suicidios, rugidos, traición y navajas. Quiero leer valentía. Quiero Victor Hugo, quiero Horacio Quiroga, quiero Herman Melville. No busco competir, imitar ni limitar. Quiero destrucción, poesía. Quiero bestias que se muerdan entre ellas por calmarse unas a otras, por disfrazar su impotencia. Estoy harta de diseño, corte y retórica fácil (o difícil). Harta de politiqueo, de tópicos y de modas. Harta de Borges, guerras civiles y premios de primavera. Estoy harta de ver libros. Yo no quiero vender libros, sino hacer literatura.

30/7/11

Polvo

Lo había visto. Como una pitonisa que se pasea por el centro del miedo, el centro de la infancia, de los sueños absurdos y destartalados. Echar tanto de menos como antes echabas de más. Lo vi. Como una adivina asomada a la bola de cristal. Lo vi grabado en la valla de troncos de árbol, en la silueta de la ventana desde dentro, entre cartel y cartel. Lo estaba viendo venir y no hacía nada para frenarlo. Soltar el manillar, cubrirme la cabeza, alejarme de la puerta de salida. Cobarde. Cobarde. Ni el recuerdo hace favores. Lo sabía. Siempre lo supe. Y ahora tengo que secarme el sudor, escribir en un blog con nombre de color vivo, como una quinceañera que ha sufrido la penosa pataleta implacable de un capricho que se aleja. Veo. Lo veo todavía. La historia no la hacen los que mueren. Esos sólo mueren. La historia existe por lo que cuentan los que se salvan. Ni la memoria me salva. Que hables de mí. Qué dirás. Tú harás mi historia, puesto que he sido yo la caída. Y lo sabía, lo supe siempre, lo había leído entre las nubes, entre las ondas del agua, bajo las colas de las ardillas. Tanto como antes de más. Lo que tú cuentes de mí. Tu misericordia. Valiente. No olvides que fui valiente. Cobarde. No olvides que fui cobarde. Y pensar que, realmente, en el fondo, no importa siquiera el qué, sino el por qué. Siempre el por qué.
Recuerda entonces que fui valiente porque perdí la cabeza.
Recuerda entonces que fui cobarde porque todos me decían que así serías más feliz. Porque quería que lo fueses. Porque pensé que tenían razón. Y la tenían, y la tienen. Y así, como un pedazo de histeria muerta en el vientre del desierto, calla la que nunca calla, se echa atrás la que nunca retrocede, se deja vencer la reina en el tablero de ajedrez. Cobarde. Y valiente a la vez por atreverse a conocer la vida sin vida, la muerte sin muerte. Lenta. El olor roto del polvo. La luz parpadeante que promete irse apagando mientras más soplen los ojos. Cobarde pero valiente. Por atreverse a quedarse, a irse lejos, a salvarse, a perderse. A la locura insensata, incomprensible e inabarcable de tener que mantener viva una llama sin fuego, un niño sin inocencia, una ciudad sin personas.
Sólo alguien valiente se lanzaría al circo mudo, al cielo opaco, al día sin sol de vivir sin ti.
Cuenta tú, guerrero vivo, que lo hice por amor.
Habla de mí con verdad. Habla de mí con respeto.
Lo hice porque te quería.
Cuenta eso.

18/7/11

Águila de dos cabezas

Quieren hacer de mí una estatua. Un delfín que se suicida dejando de respirar. Quieren que mi rostro transpire quieto, que mi culpa se seque y mi mente empiece luego a cuestionárselo todo. Por qué estamos aquí y hacia dónde estamos yendo.
Quieren fabricarme una jaula con ventanas, hacer plumas con mis alas, maquillarme como ellos se maquillan, sacarme al escaparate.
No se enteran de que soy como un pez pequeño en el fondo del océano, sucio y brillante. Que no llaman mi atención ni cañas ni gusanos, sino el ruido quisquilloso y penetrante de las caracolas, los agujeros negros donde no sabes si hay costa.
No se enteran de que soy un águila cascarrabias, incómoda y vanidosa. Que no pueden impedirme que eche el vuelo porque me corten las alas, ya que mi cielo no es, ni será nunca, el mismo que el suyo.
Pero aún así, no cesan en su ridículo empeño. Ahí siguen encaprichados en ponerle barreras a un espacio que no existe. Estos pobres infelices, que todavía no comprenden que soy una idiota loca, una suicida vitalista que odia el vacío a la vez que salta a él sin pensarlo.
Todavía no se dan cuenta de que soy una tarada kamikaze, una gata protestona y cabezota que no se para a escucharles.
Precisamente por eso, por su triste y prepotente ignorancia, siguen creando modelos de conducta en una sociedad podrida que pretenden que respete. Por eso crean héroes de guerra partiendo de la gente que lo único que ha hecho en su vida es lo que ha hecho todo el mundo.
No se enteran todavía, pobrecitos, de que mientras ellos hablan mis ojos se han despistado, seguramente tras algún niño que corre al mar sin flotador, que salta charcos vestido de ropa de domingo, que me ha sacado la lengua desde un carrito.
No comprenden que arrancándome la mano derecha no impiden que escriba. Que soy como un potro furioso que propina cabezazos al papel en búsqueda de respuestas. Que soy un toro nervioso que detesta el color rojo, una serpiente con hambre.
Que si logran con su lucha arrancarme la mano derecha, aprenderé a escribir con la izquierda.
Pero ellos, pobres infelices, nunca se enteran. No saben todavía que, si me apagan la luz, aprenderé a vivir mi vida a tientas. Que si ajustan las paredes, escaparé por el techo. Que no pueden encontrarme ni aplastándome, asfixiándome, rompiéndome en pedazos. Que soy invisible, inflamable, insondable. Águila de dos cabezas.
Que sus consejos sobre el suelo pasan desapercibidos porque me interesa el cielo. Sus consejos sobre el cielo pasan desapercibidos porque me interesa el agua. Sus consejos sobre el agua pasan desapercibidos porque me interesa el suelo.
No ven que el mundo es una bola azul intenso, pequeña y frágil, llena de agua y de animales que se pelean y reproducen. No se dan cuenta de eso. Porque en su esquema mortal de geometrías y decimales nunca cabe el infinito. Por eso. Porque hablan desde una silla, y yo aún no estoy cansada. Por eso. Por eso no comprenden que si me arrancan el brazo izquierdo, yo seguiría escribiendo.
No entienden cómo.
No saben separar tinta de literatura, máquina de gasolina, marea de ventilador.
No entienden, pobres muñecos, que yo no soy como ellos ni quiero serlo jamás. Que seré una vieja llena de arrugas y cicatrices, de sonrisas consumidas y de llantos derramados. Que seré un ser humano que ha vivido. Que yo no sé conformarme, que no sé, que no aprendí. Que no creo ser capaz de aprender nunca. Que no quiero.
Que me mueve lo que a ellos se les escapó hace años de las manos, como se escapan temblando, chocando con los cristales las mariposas. Se les fue y ya no volvió, porque no la comprendían, porque cuesta comprender aquello que no se ama. Y ellos nunca amaron eso. Eso que se evaporó frente a sus ojos. Eso que nunca aprendieron a enfrentar, defender y valorar: esta jodida, inapagable ilusión.

19/6/11

Prosata

Dime la verdad. ¿Habrías preferido la hamaca a la arena? ¿Habrías preferido la primavera? Lo hermoso vale más cuando termina.
¿Habrías sido feliz apagándome los ojos?
¿Querías que yo le hiciese eso a los tuyos?
Fuimos hermosos porque acabamos.

Porque paramos el viento a tiempo, soltamos el timón y decidimos llegar hasta la orilla nadando.
Somos hermosos porque llegamos.

Dime la verdad. ¿Habrías preferido las flores de cristal?
Lo hermoso vale más cuando está vivo.

Ahora que reinvento, soy.
Ahora que reinventas, me haces ser.
Ahora que ya no somos, somos mucho más que nunca. Más que nadie. Y lo sabes.

30/5/11

En Medio

Con el dolor de barriga asentado ya de forma continua en el estómago y un apestoso olor a amoniaco en los dedos, salgo al balcón a que el viento me despeje la cabeza y me quite este mareo. Y, en medio del desierto de mis brazos delgaditos, de la mirada del vacío a un cielo lleno de nubes deseando llover, de un futuro tan incierto y un pasado tan cansino, sonrío casi sin ganas.
Pero sonrío.
Tengo el corazón cansado de perseguir sinsentidos. Los ojos rojos de no dormir. La espalda hecha un colchón de telarañas de nervios.
Y, en medio de este huracán que sin querer sigo siendo, de otro cajón de poemas que no soporto leer, del blog donde me desquito y la ausencia que acarrea, de la merienda y la cena, me cojo con los dientes la gomilla de la mano y me hago una coleta para salir al balcón. Y el viento frío me sopla en la cara. Y me abre una sonrisa que es planeada, triste y sencilla, barata y falsa.
Pero sonrío.

29/5/11

Nunca le supe querer
y por eso le dejé
que se fuera.
Cuando un amor es de veras
se da la vida por él.
Lo demás lo da cualquiera.

22/5/11

Quimioterapia

Hospital de paredes color crema y asientos de cuero. Circuito curativo de tiempo y falta de acción. Lupa de rayos de sol.
Gracias a Dios, dijo el médico sacando mi archivo del cajón del escritorio.
Estás aprendiendo a curarte por ti misma. Estás creando defensas. Pero eso no significa que todavía estés lista para recibir el alta.
No estoy lista para recibir el alta.
El cáncer había infectado mi cuerpo, mi alma y mi mente y se había reproducido en el estómago y en el pecho, engendrando flores rotas. Sangré de fuera hacia dentro y teñí de rojo muerte mi corteza cerebral.
Me acostumbré al dolor de tal manera, con tales ganas y vocación, que la camilla se hacia pequeña, que mi autodestrucción me parecía sólo un viaje o un ejercicio. Mientras más fuerte me hería, más nadaban mis dos brazos hacia el sur, contracorriente.
Todo empezó en ese área del cerebro que colorean de rosa. De ahí se extendió a los pulmones, donde permaneció meses; y al final, ya de forma permanente, se estancó en la zona azul del alto vientre.
Latiendo.
Vi poesía en mi putrefacción. Te luché con las dos manos como un niño lucha nada contra nadie, disfrazada de soldado. Perdí la guerra conmigo misma y percibí la belleza que hay en toda enfermedad.
Haciéndote daño me hice daño a mí misma y, haciéndome daño a mí misma sin parar, aprendí a amar con los cinco, con los catorce sentidos.
Te quise siendo el cáncer más profundo de este mundo.
Me odié habiendo escogido llevar tu decadencia cargada sobre los hombros.
No puedo, le dije al doctor bajando los párpados a las losas amarillentas de su despacho. Y aquel señor implacable, con sus iris del color de la natilla, cogió mi mano con fuerza, explicándome que había sido valiente, que había librado con coraje la batalla más hermosa y más dañina de mi vida, quererte cuando tú no me quisiste, tirarme al vacío cuando debí haber estado quieta y sin arriesgar nada, lanzar lo poco que me quedaba de dignidad por el plato de ducha y tener que soportar, a menos de medio metro, tus ojos caramelo tiritando y pidiéndome perdón.
El perdón rompió las horas de rencor y me enjuagó el esqueleto. Y perdonándote encuentro aquella parte de mí misma que te entregué sin saberlo.
Hoy me curo de tu cáncer y el médico me da el alta. Y recuerdo con cariño la caída libre, las pesadillas, las cuestas arriba y las mordeduras que a la vez nos hicimos el uno al otro sin darnos cuenta.
Tu amistad es mi trofeo, y me lo llevo aunque ahora sepa a poco.
Tu amor es tuyo. Y ahora, ya por fin, el mío es mío.

21/5/11

Bolsas De Supermercado

Otra espabilada más metiéndose el as de espadas por debajo de la manga, intentando hacerlo bien para despistar a otros. Poniendo banda sonora a un momento caducado. Sabiendo bien lo que hago porque es justo lo contrario a lo que quería hacer.
¿Has visto a alguien fingir con la soltura con que lo hago? ¿Levantar egos con sólo sonreír? ¿Sonreír con las mismas ganas? Hasta para no ser nadie hay que haber nacido alguien, hay que aprender a mentir.
Lazos. Mentira. Literatura. Mentira. Fuego abierto entre dos labios cerrados a cal y canto. Lo que no digo. Mentira. Lo que predico. Sólo mentiras.
¿Y has visto a alguien hacerlo mejor que yo? Porque el único poder que tú tuviste en tu vida fue el de cedérmelo a mí.
Dejar pintada la carretera para que se seque al sol, ponerse los pantalones y levantar la cabeza. ¿Y hay alguien que la levante mejor que esta gilipollas? Rozando el cielo, cogiéndolo prestado como almohada. Harta de dormir de día y de reventarme el cuello, de dejarlas caer mejilla abajo, evitando su sabor a sal acaramelada.
Nadie mueve ambos pies a la vez mejor que este ser humano catalogado de femenino que dejaste en la cuneta del "no sé seguir así", y que siguió, siguió haciendo lo que tenía que haber hecho desde antes de que estuvieras, consciente de que no estás y de que no vas a estar, escribiendo tanta embuste que cualquier día serán ciertas. Hago que parezca fácil perseguir conversaciones, prestar atención al resto, ir de tiendas, colorearme los párpados de celeste.
No recuerdas ya la estufa que se congeló en la nieve, el centro de aquella estrella que empujamos al vacío, todo lo que se tragó aquel agujero negro. Tus brazos como un árbol de enredaderas tediosas abriendo paso entre los mios. El agua fría de la ducha cuando alguien abría el grifo de la maldita cocina. El techo bajando lento, la sábana blanca y negra. La música a borbotones, las caminatas de madrugada, las peleas hirientes, sordas. Mi voz haciéndote gritar, tu grito haciéndome llorar. Mi llanto. Tu silla giratoria, el pestillo de la puerta, la calle entera nevada, el supermercado lleno, las bolsas color naranja, los horarios al revés. El sombrero, el cartel pegado al puente. Los cisnes a medio metro, las ardillas que corrían con prisa de árbol en árbol.
Ya no te acuerdas. No te acuerdas de que antes de que falláramos tanto, fuiste más que un arañazo sin curar, que una alarma más temprano, que una plancha, que una foto. Fuimos más que dos personas, más que amigos, más que nada en este mundo.
Te olvidaste de salvar lo que habíamos construido. Todo fue a la misma bolsa.

19/5/11

Fantasmas

"Me tiras del pelo y no sé qué quieres de mí. No puedo hundir mis pies en el agua, bajar volando las escaleras, perder el ritmo de los días, andar sin ganas de llegar a ningún sitio.
No sé qué quieres de mí, pero me tiras del pelo. Me acaricias empujándome realmente.
Dándome la espalda, me obligas a inventar poesía del barro, a creer literatura, a construir y respirar al mismo tiempo, a asfixiarme en el recuerdo, estancada, manoseada y besada.
Me obligas con tu ausencia a crecer en mi función, a delimitar mi espacio, que será el mismo que me destruya cuando me apague del todo y ya no me duela tanto la cabeza. Me fuerzas a la inercia de una lucha indeseada e incómoda. Hipócrita. Me obligas a sonreír, a odiarme, a odiar la vida, a odiar a todo el mundo que me rodea y me quiere. A ser capaz de escribir sin parar más que de amar.
Me arrastras a entregarme sin entregar nada, a recitar palabras sin nunca decir nada y a tener sueños por conveniencia. Me has asignado el papel que sobraba en tu función y yo me lo tatúo en la espalda, sin más.
Me has destrozado. He muerto.
Soy tan sólo una persona, pero ya no un ser humano."


(Noviembre de 2005)

28/4/11

Lady Heartless

En el País de las Pesadillas, una amedrentada Alicia de pelo enredado, sandalias y cuello largo persigue a un conejo gris. El conejo es portador de un cuaderno con dibujos, una espada de juguete y un reloj. El reloj tiene un precinto de garantía y un lazo. El lazo está lleno de marcas dactilares, ninguna del conejo.
Alicia se pasó la primavera de largo, dejó caer la toalla y mordió la galleta, como Eva en su momento la manzana. No creció sabiduría en sus labios sedientos, sólo se secó el llanto y quemó la piel partida. No sabe dónde empezó el esperpéntico viaje, ni dónde están los villanos. Le encargaron la misión de no escapar si la cosa llegaba a ponerse fea. De no dejar de enseñar las garras. Tanto cuento. Tanta historia.
La Alicia en bikini y con gafas de sol se rinde al calor de la piel de conejo. Su espadachín de ojos redondos como perlitas de gominola. Perseguir sin dirección le aburría y fue feliz. Pero no debe. No serlo. Se miró en sus zapatos de charol, de espejo de celofán, de lago sin cisne vivo. Se obligó a sí misma a arrodillarse ante Su Real Majestad, la Reina de Tropezones. No era a ella a quien buscaban. Sin embargo sí fue ella la que se había arrodillado.
¿Cómo deja una cometa de ser una cometa para ser no más que un trozo de tela que vuela? Todo color es opaco. Más allá de la mitad del camino correcto de ese sueño no lograba decidirse. Migaja humana, pequeña bruja. Al gato de la risa reventona no le interesa tu pena. Al dios de la catedral no le convence tu pena. Sólo a ti puede servirte, como le sirves tú a ella. Escribir es traicionar, y vivir echar de menos.

26/4/11

Mind

Saliendo desde Bank, viniendo desde BG, puedes subirte en el 8 y esperar hasta Angel. Allí tienes tres salidas. Al otro lado del río hay tanta gente que agobia. Son todos turistas.
Londres es una nube color verde esmeralda, que se balancea dudosa sobre el agua, sobre un charco serpentino donde guarda los cadáveres de todos sus fantasmas.
El cemento es color negro. Como siempre.

26/3/11

Desde un rincón de la perrera

Nadie quiere a un pitbull.
La gente pasa junto a su jaula y lo mira con recelo. ¿Quién querría tener metido en casa un bicharraco tan grande y tan difícil de domar? ¿Quién querría una mascota que se vale por sí misma? Prefieren a los que ponen ojitos de indefensos, a los que aprenden a sentarse sacando la lengüita.
Nadie quiere a un pitbull.
Con esa boca gigante que tanto esfuerzo le cuesta tener cerrada, esos dientes afilados, esos ojos penetrantes y agresivos, esas patas enormes y esos músculos tan tensos. No se le puede coger en brazos, construir cabañas de colores, comprarle abrigos a medida. Todo es mucho más difícil para él. Y a la gente no le gusta lo difícil. Las familias que se pasan por las perreras no buscan un gigante, sino un eterno cachorro. De esos que "a partir de este tamaño, ya no crecen más." No quieren un perro grande, sino uno pequeño y débil. Van en busca del chihuahua orgulloso y prepotente, incapaz de ser tenaz por más de varios segundos, juguetón y caprichoso, con huesitos temblorosos y espíritu enclenque.
Preguntan al encargado por los chuchos diminutos que apenas saben tenerse en pie, para así poder cubrirles con mantitas y dormirles con canciones tumbados en el regazo de su futura mamá. Quieren a esos que al verles volver del trabajo menean hipócritas el rabo, y se dejan poner lazos y se venden por un cuenco de galletitas con leche. Al que acariciar el lomo, al que chillar motes varios y halagos denigrantes, al que dejar que les lama los deditos por las noches. Ese perro que no puedes dejar suelto porque no sabe de calles, porque siempre vuelve a casa, porque aúlla desconsolado si apagas todas las luces y él sigue despierto. Ese perro al que no puedes soltarle una patada por miedo a que se rompa, a que le cause un trauma. No le puedes dejar solo ni para ir a por el pan, porque su llantina frágil te hace polvo la conciencia. Necesita que le cuiden, que le disfracen como a un peluche, que le saquen de paseo para que haga caca en parques y pelee con otros perros de su tamaño y calaña.
El pitbull no acompaña si no se le da motivos, no se deja convertir en un payaso de feria, no necesita que nadie le zarandee ni le chille. No sigue el juego ni se rebaja. No da saltos por sus míseras galletas.
Él sólo sigue de pie. Ladrando cuando se cansa de ver tanta inmadurez y buscando entre barrote y barrote rayos calientes de sol. Morderá cuando se sienta amenazado, correrá cuando se canse de aguantar al que se empeñe en amarrarlo a algún árbol. No es un perro especialmente cariñoso, no es simpático ni es torpe. No es especialmente vago. No está especialmente cuerdo. Por eso precisamente lo tratan como a una bestia. Porque él no necesita la atención desmesurada ni esos mimos tan extremos, y nadie tiene muy claro hasta qué punto tampoco necesita que lo quieran. No saben si es malo. No creen en su llanto porque él no se agacha, les llora de pie, y eso siempre desconcierta.
"Esta es la maldición de los fuertes," reflexiona, "que la gente nos confunde con robots."
Al menos la realidad está siempre de su parte. Como no lo han malgastado, ha aprendido a ser él mismo. Como no lo eligen nunca, ha aprendido a distinguir lo que quiere y lo que no. Como muerde si le chillan, ha aprendido a defenderse y a demostrarles cuál es su sitio. Como no le tienen pena, conserva intacta su dignidad. Como nadie se preocupa por sacarlo de paseo, ha aprendido a marcharse y a volver solo mil veces. Como ya nadie se atreve a amarrarlo, ha aprendido a delimitar su espacio. Como todos le comparan y siempre queda peor, ha aprendido a valorarse sin premios ni palmaditas. Como nadie lo ha mirado suficiente, ha aprendido a ver lo que otros no son capaces de ver, en él y en el resto. Como lo dejaron solo, ha aprendido a combatir sin necesidad de manos protectoras que entorpezcan sus batallas. Como taparon sus ojos, ha aprendido a respetar la oscuridad. Como nadie le ha besado suficiente, sigue su cuerpo de pie. Como, al ser tan enorme, no sienten remordimientos los pocos que se le acercan y ya le han pegado tanto, ha aprendido a ser valiente.
Ahora lleva sobre el lomo las marcas y los desprecios, pero aprendió a conseguir que no le pesaran tanto ni lograsen deformar su silueta. Porque sí, sabe llorar, pero no tiene por qué ir demostrándoselo a nadie.
Lleva consigo la rabia, acumulada bajo sus patas y manteniéndolas firmes, las orejas siempre alerta por si las hojas se mueven y los ojos tan brillantes que se ve el cielo a través de ellos.

23/3/11

Zodiaco

A los negros del bus todavía los miran mal, a los que venden pañuelos todavía les miran mal. Pero el presidente de los Estados Unidos de América es mulato. El rey de medio planeta es negro.
Tengo los dientes helados de respirar por la boca, las piernas muertas de no correr, el pelo quemado de exceso de tintes, los ojos irritados de mirar al sol sin gafas. Dios bendiga a su profeta, que nos trae frutos en flor y flores dando sus frutos.
A mi bonita gilipollas, que sabe que falta algo pero nunca da con qué. Siempre con esa falta de autoestima tan manchada de la inercia que produjo la costumbre. Dime, ¿quién de ellos ha conseguido todo lo que tienes tú? Y todo es tuyo. Tuyo. Tienes la sabiduría sensible de los guerreros, la susceptibilidad de los ganadores torpes, de águilas cuyo único modo de volar es chocándose de montaña en montaña.
Te pasaste el invierno plantando semillas que no veías crecer, regándolas y esperando a que los vientos cambiasen, durmiéndote tumbada sobre la tierra por si brotaba algún tallo de sus entrañas, cogiéndote por sorpresa. Y nunca pasaba nada. Y cuando decides irte, una gigante e inesperada explosión de girasoles invade lo que era sólo arenilla pisoteada.
Mi flacucha literata, que te subes al C3 con tus vaqueros, tu palestino y tus botines gastados, y bajas la vista al suelo. Por eso no te das cuenta de quién eres, de qué haces, de todo lo que consigues levantar día tras día, minuto tras minuto. No eres consciente del trabajo que costó llegar aquí, dormir y comer sin monstruos sobrevolando tu pelo. Todo lo que has conseguido es sólo tuyo. Tuyo.
Esta noche has descubierto que tu vida es del color del sol al romper el día. Y lo has hecho observando a las estrellas, parpadeando casi sin fuerzas, muriéndose de la envidia. Mirando a la luna de reojo y empujándose entre ellas. Apretándose los dientes por brillar y que en Sevilla no hagan falta más farolas, bombillas y estufas cuando no hay sol.
Y no pueden, porque no dan para más.
Porque en cuanto sale el sol, no se ve a ninguna de ellas en el cielo.
Pobrecitas, ahí colgadas a oscuras, para que luego su luz pase desapercibida. A ver cuándo se enteran de que están apuntando demasiado alto.
Todas esas personas que se partían los cuernos deseando verte caer, que se quedaban sin fuerzas peleando contra imposibles. Mira, por perder el tiempo, el juego que se han perdido. Mira cómo todavía te apuntan con sus pistolas sin saber, criaturas, que no están cargadas. Se van a quedar a cuadros el día que se den cuenta. Tirarán las pistolas y sacarán sus navajas, y seguirán persiguiéndote en vez de centrarse en arreglar sus propias vidas. Sus vidas grises, templadas, opacas e incompletas. Sus almas incapaces de ver lo que tú ves, sus corazones helados y su piel cristalizada.
No se enteran todavía de que lo único importante que tú tienes en el mundo no se quita con las manos. Que no pueden hacer nada contra ti.
Quizá algún día se den cuenta de que lo único en ti que deberían envidiar no lo conocen aún. Tu lucha a corazón roto. Tu valentía kamikaze y amarilla.
El día es entero tuyo, y cuando el cielo, en un arranque de lástima, les da un poquito de noche, ni siquiera son capaces de agradecer el regalo, de brillar lo suficiente. Ni siquiera agrupándose entre ellas.
Siempre hacen falta farolas. Siempre harán falta.
Mi bonita gilipollas, mi leona herida, mi águila de dos cabezas.
Qué orgullosa estoy de ti.

16/3/11

Primavera

Crujiendo como hace siempre la arena mojada. Como si desde dentro un bebé diese porrazos con el dedo. Ha llovido tantos días, tantos meses, que las plantas no se fían y siguen ahí encorvadas, mirando de reojo al cielo con pétalos arrugados y ojeras llenas de polen. El viento todavía sopla frío y se detiene, todavía queda la lluvia tatuada en el alquitrán, todavía siguen los campos siendo esponjas movedizas, todavía resbala el cielo y saben a húmedas las nubes.
Pero a veces amanece un sol tímido y templado, y sopla con cuidado un rocío casi de humo sobre copas y raíces. A veces se asoman rayos por la ventana que da al salón, y me acerco como lo hacen los camellos de los reyes el día de Navidad, buscando garbanzos duros en el fondo de un zapato. Pego la frente al cristal del autobús y recibo, parpadeando en un proceso de fotosíntesis propia de esta época del año, los besos indiferentes de mi única inspiración, de mi único motivo y mi única vitamina.
Tu cuerpo hecho de carne ilumina y da calor a este planeta mojado, que levanta a sus criaturas en un rito bautismal para que tu los alcances. Necesito tu silueta dibujada entre mis piernas, tu luz clavada en mi sombra. Tu pelo protegiendo de noche a mis estrellas mientras deambulan colgadas de la nada y lo infinito, muertas de envidia porque nosotros podemos morir.
Tu risa rompe el hielo de un invierno lento y largo.
En una bola gigante, azul e inquieta, metiste perdón y sueño. Metiste literatura.
En un mar profundo y gris insertaste monstruos, peces, ballenas blancas, navíos, arrecifes de coral, algas, gaviotas, marineros y destinos.
En un universo roto sin mapa y sin padre alguno, conseguiste arrancar vida.
Y yo, que iba caminando sola y sin mirar hacia atrás, me paré en seco en mitad de la calle notándome el casco hirviendo. "Ya era hora", pensé llevándome la mano a la cabeza para sentir el calor.
Entonces me di la vuelta, me dio tu sol de cara y comprendí, encandilada y sonriente, que sólo es útil el sol que calienta la cabeza. El que despierta las mañanas arañando las cortinas. El que seca de verdad, con su respiración ronca a media tarde, los charcos que parecían estancados en las calles, tallados sobre ellas para siempre. El que trae también consigo, enredada entre los dedos y cerrando con cariño el puño para así no estropearnos la sorpresa, la primavera de nuevo.
Y recordé otra vez el color de las aceras, los geranios del balcón, los autobuses, los parques...


- A Esteban, en agradecimiento por traer su primavera, su esperanza inapagable, su pasión y su cariño al otoño atormentado y maníaco que soy yo. -

16/2/11

Golondrinas

Amontonados al fondo de un montón de basura mojada y transparente. Con hilos de arrecifes de coral entre las piernas, y un plateado y débil rayo de luna traspasando la masa de agua furiosa sobre todas sus cabezas. Una única señal de que sigue habiendo luz por allá arriba.
Y en medio de ese silencio interrumpido por burbujas y destellos de conciencia, todos los marineritos empapados vuelven la vista al esqueleto rodeado de hongos y esponjas que antes fue su Capitán, y para su gran sorpresa, lo encuentran intentando, a golpe de hueso cuajado de sales, levantar su gran navío, una mole negro-nada cien kilos mayor que él.
Con los ojos como platos, observan que el pequeño y cabezota Capitán no cesa en su bobo intento. Sigue tirando y tirando.
"Ha perdido la cabeza, no queda nada allí arriba ya para nosotros."
"¿...Qué demonios está haciendo? Ha perdido la cabeza."
Todos bucean desconcertados. El agua entra por las cuencas de sus ojos y el dolor ya no se siente. Ya se han tragado las olas, ya han respirado mientras se ahogaban. Ya saben nadar sin apenas moverse.
Y cuando se abren las nubes, el sol encandila un cuerpo flaco y cosido de algas que trae bajo el brazo un barco. Un barco de muchos más kilos que él. Un barco pirata sin banderas ni ventanas, sin mapas ni camarotes, sin cañones y sin velas.
Los dedos se van secando y va estirando las piernas. Uno de sus marineros se ha acercado tembloroso a advertirle del peligro de navegar sin un rumbo que seguir y sin brújulas ni botes salvavidas.
-No hay vuelta atrás, querido grumete. A todo el que opine como tú, puedo darle dos opciones: seguir subido en el miedo o lanzarse por la borda.
Dicen que ha llegado a puertos y ha roto cuanto ha encontrado, sin dejar señal alguna. Que ni playas, ni montañas, ni acantilados lo paran. Que no lo frena el invierno con sus tormentas de hielo y no le achanta los bucles de calor abrasador del océano en verano. Dicen que atraviesa el cielo, el agua, la tierra y el cemento. Con dolor y con coraje.
Tiene tantas millas hechas que podría, si quisiera, tatuarse diez golondrinas en el pecho y en la espalda. Le pesa el agua que no tragó, las bombas que le hundieron y los botes que en algún lugar del mar flotan sin destino alguno. Los que saltaron sin él, los que se ahogaron ante sus ojos y ya nunca despertaron. Siente aún en sus pulmones la presión de un submarino que nadie dirigió nunca, la fragilidad del viento y el fuego que terminó con su bandera y su vela.
Y llenito de agujeros y de camarotes viejos, se aferra al vaivén del agua un navío incansable y herido. Y herido también un flacucho Capitán, se aferra a un timón carcomido que apesta a tiempo y a humedad. Y a pesar de los designios de las ballenas y aves, y a pesar de que ha perdido la conciencia de los puntos cardinales y el norte parece sur, no sueltan sus manos huesudas el barco.
-¿Cómo hace una almendra gigante y calada hasta lo más profundo para aguantar tanto, Mi Capitán? - Le preguntan.
-Hay más que madera en él. - Contesta con los ojos cristalizados de tanto mirar al agua.
No, no sé nada de manuales de navegación ni puertos de esperanza. No tengo ni idea de dónde se asientan los siete mares, de qué color son sus costas, cómo dicen los expertos que hay que llevar un timón para que el navío no vuelque.
Al menos sé que eso no importa, que lo único que importa es alimentar la rabia. Llueva, nos queme el sol o el viento nos deje ciegos, no soltar nunca el timón. Y nunca pienso soltarlo porque este barco sin rumbo, hecho pedazos y lleno de cadáveres de peces y de anclas flotantes es lo único, lo único que tengo en este mundo.
Y es mucho más que un bloque de madera mojada.

7/2/11

Fotografía

Ni el "eres una hija de puta", ni el "tú no sirves para esto", ni el "olvídate porque es imposible" pudieron conmigo. Sé todo lo que he hecho mal y a pasos en falso no me gana nadie, en elecciones inapropiadas, en dramatismos y en exageraciones.
Me abrí la camisa pidiendo recibir sus disparos, los noté y ni uno de ellos pudo conmigo. Seguí andando llena de agujeros.
No pueden conmigo. Cuando el llanto se secó, me senté en el balcón a pintarme las uñas, me eché en los labios un brillo pastoso con olor a vainilla que me compré en el chino de la esquina y salí a coger el bus con el pelo aún mojado, chorreando, para que el sol lo secase.
Y cuando siento tus dedos perfilando mi cintura, no me hacen falta ya espejos ni fotografías. Para que todo lo que haga merezca la pena. Con tus dos manos en mi cuerpo soy perfecta.
Las voces de su envidia, su desconocimiento y sus traiciones. Sus juicios y recambios. No pueden conmigo.
Y cuando dejas caer tus labios sobre los mios desde arriba, tapando toda la luz que entra desde la ventana, no me hacen falta ya espejos para saberme invencible. Rompe todos los cristales y mátame mi reflejo, no te busques cuando salgas de la ducha por encima del lavabo. No preguntes a una sombra de tu rostro qué opina ella de ti. Confía en mis ojos y en cómo ellos te ven. Para mí eres perfecto.
Y con tu beso en mi pelo, con tu sonrisa rajada en la mitad de la noche, con tu cuerpo desnudo y con tu cuerpo cubierto, caminando por la calle y sentados sin decir una palabra, nadie puede con nosotros.
Yo soy la persona más bella que pueda existir desde que tú me lo dices.
Y tú eres la persona más hermosa del planeta desde la primera noche que hablamos por internet.

El humo

Dejemos a un lado las mentiras. Dejemos de lado por un rato a la persona que algunos admiran y muchos odian. Centrémonos en lo que queda cuando me callo y me acuesto a dormir.
Mi abuela tiene fama de ir de frente, de decir todo lo que cruza su cabeza. La gente la toma como alguien valiente, entera y sin vergüenza. Lo es. Y yo he salido a ella. Con mi fama de payasa y cuentacuentos y a la vez de persona "indestructible". Como la que no se calla y te ofrece lo que tiene. El lado tierno y el lado fuerte. Una tipa que se pasea con la cabeza bien alta pero en la que confiar. Una pluma que resiste los efectos de las bombas.
La cuestión es que yo siempre he tenido algo claro respecto a mi abuela: por muy sincera que sea y por mucho que parezca que dice cuando abre la boca... calla más de lo que dice.
Hay valientes que se pierden después de dar el portazo y se esconden a llorar.
Hay personas que después de ofrecerte lo que tienen descubren que lo que han dado hacía milenios que no era suyo.
Es imposible que no duela un roto. Es imposible hacer daño a alguien que ha sido importante en tu vida y quedarse tranquilo. Es imposible que la gente sea tan gilipollas como para creerlo. Se trata, supongo, de un pacto más de confianza con un lector inmaduro y deseoso de historias.
¿Qué es la ficción sino mentiras? ¿Y qué soy yo sino ficción?
Tuve que ir diciendo por ahí que me eras indiferente, que ya no sentía nada por ti. Tuve que decirte a ti que ya no te quería.
Me duele lo que te dije y me hierve en los riñones todo lo que me callé.
Y si no tuviese ahora tan presente que jamás funcionaría, ya me habría destrozado la parte de vida que me arrancaste. Si no me hubiese agarrado hasta a las sillas, todavía seguiría cayendo.
Sé que es dañino perder a alguien. Sé que es dañino dejar ir a alguien. Lo sé porque lo he vivido para escribir cuatro tesis doctorales. He perdido tanta gente que con ellas se me fue gran parte de mi sentido de la sensibilidad. Fui un robot sin sentimientos cuando tus brazos se abrían diciéndome ese "te quiero" que ya no venía a cuento. Soñé con él media vida. Media vida. Media puta vida por mucho que ahora tenga que ignorarlo e ignorarte y tragarme mis palabras y fingir que no me importas. Por mucho que mis amigos me rajen por la mitad si leen esto, como siempre.
Y con tantos que se fueron, sigo soñando con ellos, sigo derramando llanto mezclado en puro rencor. El rencor hizo de mí lo que ahora soy, le debo tinta y sustento. Sin el rencor no soy nadie. Y pensar que todavía lloro por ellos, a mi edad, que les lloro de noche y me quedo dormida pensando en ellos, a estas alturas del cuento, a estas alturas de todo y todavía echo de menos. Siendo un robot todavía les echo de menos.
A todos.
Recuerdo aquella noche en que me acosté en mi cama, en la de aquí de Sevilla, hace ahora unos tres años (tres años...). Apagué la luz tumbada y le susurré al vacío "por favor, éste no." Repetí "por favor, por favor, por favor, por favor, POR FAVOR, no me lo quites, a él no, a quien quieras pero a él no."
Me he equivocado mucho, he dejado la locura aplacarme los nervios y te he hecho daño intentando liberarme del mío. Por mantenerme de pie te empujé a ti hacia la nada. Para lograr superarte me forcé a escribir a tientas. Te demostré la mentira de que te había olvidado. Y ahora tengo que cargar con el dolor de ver cómo tú lo haces, como me demuestras algo que no sé ni si es verdad o si también es fingido.
Y quizá, algún día en el futuro, cuando empiece de verdad a perder la cabeza y a llamar por las esquinas a todos los que se han ido, sueñe contigo y con ellos, a la vez y entremezclados. Quizá confunda los nombres. Quizá un día no soporte que no estéis y empiece a veros por los espejos, y a llamaros en personas diferentes que me miran como si estuviese loca. Quizá incluso tras morir vaya a esa otra dimensión que no sabemos si existe y al verte allí deje dicho que ya no quiero que estés, y me vea obligada a decirte de nuevo que ya es demasiado tarde. Y quizá entonces sí sea verdad.
Pero esta mañana te echaba de menos.

11/1/11

Fuegos Artificiales

Imagina que cerrasen las ventanas y te apagasen las luces. Las que hacen falta de verdad para ver bien. El corazón a oscuras. Un algodón pequeño de caramelo gastado encajado en la garganta de mala forma. Que te apagasen la lámpara en la mesita de noche y te quedases dormido. La luz del salón, la entrada, las farolas de la calle. La luna. Que te tuvieses que acostumbrar a andar a tientas día y noche, a base de sustos y ruidos incomprensibles. Con el sueño trastornado y el frío del suelo impregnado para siempre en las palmas de tus manos.
Voy a regalarte algo.
Un minuto con treinta segundos de luz.
Salgo a la calle camino a la facultad. Con la cabeza baja para no encontrarme a nadie. Ya no me suele dar miedo, pero odio verles.
Arranca los brazos del suelo y presiona el botón rojo. ¿Lo ves? Estate atento, que pronto un rayo dorado arañará la ciudad hasta chocar con el cielo y explotar hecho un racimo de fuegos artificiales. Sal al balcón un momento. Dile a los niños que salgan, que cristalicen sus ojos de gominola estirando el cuello tanto que al acostarse les duela. Les gustan tanto los fuegos...
Un hilo sube deprisa y causa rajas pequeñas, como un folio a carne humana. Avanza de capa en capa y de nivel en nivel. Pronto llegará a una altura en que arderá y vas a ver cómo se rompe y se crean clones que abrazan la inmensa capa de ozono. ¿Quieres ver caer a cámara lenta sobre tu tejado estrellas que se colocan a un sólo ritmo, por algún tipo de inercia, formando una bóveda perfecta de colores? Son los vómitos del cielo, los poemas de los ángeles caídos.
Dile a los niños que es hora de que se acuesten. Ya es tarde.
Estoy cansada, no puedo más, quiero pedirte perdón y ya no puedo hacer nada. Saltar a tu cuello y decirte que todavía me importas. Pero ni mis brazos puedo levantar ya hasta tu altura. Y no me siento las manos del frío del suelo. No queda forma posible de intentar arreglar nada: te has ido y yo ando a tientas. ¿Cómo hablo con el llanto hecho una bola de cartón en mitad de la garganta? Dile a los niños que cierren el ojo izquierdo y se duerman.
Yo te aviso cuando ocurra. Yo te envío el mensaje.
"El día en que por fin se enamore de mí lloverán fuegos artificiales."
"El día en que por fin me quieras lanzaré fuegos artificiales."
Salgo al balcón a ver los fuegos, me coge de la cintura, une su frente a la mía. Y de fondo un hilo débil se divide en mil estrías dejando desnudo el cielo y pintado con mis uñas. Ocho colores que caen en meteoritos suicidas contra nuestros balcones. Son contrapuertas, palabras, agujas de los ángeles caídos.
Te dije que, si querías, podrías dejarme a oscuras.