5/11/10

Un Día Cualquiera.

Saliendo de Calle Sierpes dirección Plaza Nueva. Lo único que atraviesa mis pensamientos es la sensación de que podía haber hecho más. Sólo deseo llegar pronto a la facultad y que por fín sea invierno. Que termine ya este sol insistente en pleno otoño. Me molesta el calor húmedo y el frío seco, este vaivén de estaciones confusas, que tuviese en su mano todas las frases del mundo en un idioma común y cualquier arma de guerra posible y no las aprovechase. Ni una cosa ni la otra. El término medio que tanto detesto. No me gustan las personas que se arrepienten. No son de fiar.
Y en cuanto doblo la esquina del Ayuntamiento, justo a la altura del Cajasol, un chico con bicicleta me rodea y me da un vuelco el corazón. No lo esperaba. Da varias vueltas alrededor mía sonriendo. Llevaba un rato detrás mía, yo había notado su presencia, pero no tenía ni idea de su interés por verme el rostro. Cuando al fín había estado a mi altura y pudo volver la cara, no dudó en rodearme varias veces para observarme mejor. Yo al principio no supe qué hacer, estuve impactada por unos segundos y pensé cualquier cosa menos "le he gustado". Pero entonces él se paró, me dijo "te dejo en paz, pelirroja", me guiñó el ojo y siguió su camino, no sin volverse de nuevo algunos metros más adelante y sonreírme por última vez. Esa vez fui incapaz de no devolverle entera una sonrisa, que me refrescó el sistema nervioso y terminó por completo con mi anterior sensación de desapego y de inestabilidad.
Seguí mi camino, después e haberle perdido de vista, pensando "estas cosas a mí no me pasan" y regalando sonrisas a todos los transeúntes de la Avda de la Constitución. No podía evitar sonreír, llevar de repente conmigo una alegría desbordante que iluminaba mi cara. Más de una persona me miró con desconcierto, pero muchas decidieron devolverme sin problema el gesto y reír conmigo, como si nos conociésemos de algo o hubiésemos sido todos alguna vez guardianes de un mismo secreto.
Ya no tenía frío ni calor. Hacía el mismo sol que ahora, intenso y poco apropiado en esta época del año, pero ya no me estorbaba, como tampoco lo hacía el frío en la sombra de los naranjos. No había logrado recopilar las sonrisas extraídas, como trofeos, de todas esas personas que no saben quién soy. No sé quiénes son, pero me ha alegrado el día haberles hecho reír. Incluso a aquellos que se han reído de mí y no conmigo. Los que no entendieron nada, o incluso los que creían que había algo que entender.
Y todo debido a un tipo que me abordó en una bici. Un simple desconocido. Una persona más entre quinientas mil otras.
Una canica dando sentido al mundo.



-Dedicado a Alejandro Candela Rodríguez.-

0 afectados:

Publicar un comentario