16/3/11

Primavera

Crujiendo como hace siempre la arena mojada. Como si desde dentro un bebé diese porrazos con el dedo. Ha llovido tantos días, tantos meses, que las plantas no se fían y siguen ahí encorvadas, mirando de reojo al cielo con pétalos arrugados y ojeras llenas de polen. El viento todavía sopla frío y se detiene, todavía queda la lluvia tatuada en el alquitrán, todavía siguen los campos siendo esponjas movedizas, todavía resbala el cielo y saben a húmedas las nubes.
Pero a veces amanece un sol tímido y templado, y sopla con cuidado un rocío casi de humo sobre copas y raíces. A veces se asoman rayos por la ventana que da al salón, y me acerco como lo hacen los camellos de los reyes el día de Navidad, buscando garbanzos duros en el fondo de un zapato. Pego la frente al cristal del autobús y recibo, parpadeando en un proceso de fotosíntesis propia de esta época del año, los besos indiferentes de mi única inspiración, de mi único motivo y mi única vitamina.
Tu cuerpo hecho de carne ilumina y da calor a este planeta mojado, que levanta a sus criaturas en un rito bautismal para que tu los alcances. Necesito tu silueta dibujada entre mis piernas, tu luz clavada en mi sombra. Tu pelo protegiendo de noche a mis estrellas mientras deambulan colgadas de la nada y lo infinito, muertas de envidia porque nosotros podemos morir.
Tu risa rompe el hielo de un invierno lento y largo.
En una bola gigante, azul e inquieta, metiste perdón y sueño. Metiste literatura.
En un mar profundo y gris insertaste monstruos, peces, ballenas blancas, navíos, arrecifes de coral, algas, gaviotas, marineros y destinos.
En un universo roto sin mapa y sin padre alguno, conseguiste arrancar vida.
Y yo, que iba caminando sola y sin mirar hacia atrás, me paré en seco en mitad de la calle notándome el casco hirviendo. "Ya era hora", pensé llevándome la mano a la cabeza para sentir el calor.
Entonces me di la vuelta, me dio tu sol de cara y comprendí, encandilada y sonriente, que sólo es útil el sol que calienta la cabeza. El que despierta las mañanas arañando las cortinas. El que seca de verdad, con su respiración ronca a media tarde, los charcos que parecían estancados en las calles, tallados sobre ellas para siempre. El que trae también consigo, enredada entre los dedos y cerrando con cariño el puño para así no estropearnos la sorpresa, la primavera de nuevo.
Y recordé otra vez el color de las aceras, los geranios del balcón, los autobuses, los parques...


- A Esteban, en agradecimiento por traer su primavera, su esperanza inapagable, su pasión y su cariño al otoño atormentado y maníaco que soy yo. -

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