23/3/11

Zodiaco

A los negros del bus todavía los miran mal, a los que venden pañuelos todavía les miran mal. Pero el presidente de los Estados Unidos de América es mulato. El rey de medio planeta es negro.
Tengo los dientes helados de respirar por la boca, las piernas muertas de no correr, el pelo quemado de exceso de tintes, los ojos irritados de mirar al sol sin gafas. Dios bendiga a su profeta, que nos trae frutos en flor y flores dando sus frutos.
A mi bonita gilipollas, que sabe que falta algo pero nunca da con qué. Siempre con esa falta de autoestima tan manchada de la inercia que produjo la costumbre. Dime, ¿quién de ellos ha conseguido todo lo que tienes tú? Y todo es tuyo. Tuyo. Tienes la sabiduría sensible de los guerreros, la susceptibilidad de los ganadores torpes, de águilas cuyo único modo de volar es chocándose de montaña en montaña.
Te pasaste el invierno plantando semillas que no veías crecer, regándolas y esperando a que los vientos cambiasen, durmiéndote tumbada sobre la tierra por si brotaba algún tallo de sus entrañas, cogiéndote por sorpresa. Y nunca pasaba nada. Y cuando decides irte, una gigante e inesperada explosión de girasoles invade lo que era sólo arenilla pisoteada.
Mi flacucha literata, que te subes al C3 con tus vaqueros, tu palestino y tus botines gastados, y bajas la vista al suelo. Por eso no te das cuenta de quién eres, de qué haces, de todo lo que consigues levantar día tras día, minuto tras minuto. No eres consciente del trabajo que costó llegar aquí, dormir y comer sin monstruos sobrevolando tu pelo. Todo lo que has conseguido es sólo tuyo. Tuyo.
Esta noche has descubierto que tu vida es del color del sol al romper el día. Y lo has hecho observando a las estrellas, parpadeando casi sin fuerzas, muriéndose de la envidia. Mirando a la luna de reojo y empujándose entre ellas. Apretándose los dientes por brillar y que en Sevilla no hagan falta más farolas, bombillas y estufas cuando no hay sol.
Y no pueden, porque no dan para más.
Porque en cuanto sale el sol, no se ve a ninguna de ellas en el cielo.
Pobrecitas, ahí colgadas a oscuras, para que luego su luz pase desapercibida. A ver cuándo se enteran de que están apuntando demasiado alto.
Todas esas personas que se partían los cuernos deseando verte caer, que se quedaban sin fuerzas peleando contra imposibles. Mira, por perder el tiempo, el juego que se han perdido. Mira cómo todavía te apuntan con sus pistolas sin saber, criaturas, que no están cargadas. Se van a quedar a cuadros el día que se den cuenta. Tirarán las pistolas y sacarán sus navajas, y seguirán persiguiéndote en vez de centrarse en arreglar sus propias vidas. Sus vidas grises, templadas, opacas e incompletas. Sus almas incapaces de ver lo que tú ves, sus corazones helados y su piel cristalizada.
No se enteran todavía de que lo único importante que tú tienes en el mundo no se quita con las manos. Que no pueden hacer nada contra ti.
Quizá algún día se den cuenta de que lo único en ti que deberían envidiar no lo conocen aún. Tu lucha a corazón roto. Tu valentía kamikaze y amarilla.
El día es entero tuyo, y cuando el cielo, en un arranque de lástima, les da un poquito de noche, ni siquiera son capaces de agradecer el regalo, de brillar lo suficiente. Ni siquiera agrupándose entre ellas.
Siempre hacen falta farolas. Siempre harán falta.
Mi bonita gilipollas, mi leona herida, mi águila de dos cabezas.
Qué orgullosa estoy de ti.

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