17/5/10

Contigo.

Más allá creo que no llegan mis ojos. Desde aquí sólo veo prados y paja. Mucha mierda. Cabezas cortadas clavadas en palos. Lo típico, supongo, lo de siempre. Decía que la quería y está jugando con ella. No saben sentir, no saben perder, nadie les ha explicado qué pasa cuando te quitan el chicle de la boca, cuando te lo arrancan de los dientes. No entienden de vacíos porque siempre tienen la barriga llena. Claro se entiende mejor, sin tonos medios, sin faltas. Uno arriba y quítale hasta quedarse bemol. Eres todo lo que tienes en el mundo, tú y tus dudas, tú y tus puntillosos fallos. ¿Se dice así? ¿se escribe así? ¿se hace así? No somos nadie hasta el día en que nos quieren. Ese día descubrimos que estamos en el mundo, que el mundo que pintábamos de absurdo y de injusto se mueve al compás de una música extraña, y mientras más bajo suenen sus melodías, más sentimos su grito en el tímpano.
El estiramiento mañanero de la tierra, el timbre de voz del león.
Pero más allá no llegan mis pupilas, mis garras se doblan por debajo de mis piernas. Tuerce siempre, maréate, pero no entregues tus sueños, tus deseos a la plebe. Abajo todo es prado y más prado y más paja. Sólo mierda.
Me vuelvo para observar si sigue la puerta abierta. Siempre lo está. Me acerco despacio y con un rugido tenue despierto sus costillas, y su pequeña respuesta me hace temblar aunque sea medio tono por debajo. Sus pezuñas se asoman desde el hueco más oscuro de la cueva, al final. Allí quiero quedarme a dormir, con él. Que la noche nos abrace y mis rugidos se pierdan en años luz y estaciones. Que pasen como pasan los recuerdos por mis iris, deslizándose y cayendo hasta que, en un descuido, los piso y dejo que otros los pisen también. Quiero morirme con él acariciándome el pelo, que lleguen días y noches, cazar para él y que cace para mí. No quiero ser el rey o la reina de la selva, del bosque o de las praderas. No quiero perderme lejos y volver y explorar y machacar y retratar y empolvar, si no escucho su rugido tras mi espalda.
No quiero a nadie más.
De día puede moverse el universo entero y golpearme las neuronas. Le dejo existir y a las 24 horas pulso el interruptor. Y no quiero más sol ni más día ni más lucha. Lo único que quiero es adentrarme en mi cueva y buscar sus pezuñas, y enredarlas en mi pelo, y cerrarle los ojos. Y ver cómo cae dormido.
El sueño de los planetas, el silencio del león.
Él es mi reino y mi meta. Él es mi naturaleza. Él es todo lo que quiero conservar en esta jaula infinita de bestias e insectos, de dinosaurios y saltamontes, de tigres y ratones.
Él es mis dientes y mi única guerra, mi única defensa y mi único territorio.
Apagad o encended vuestra selva a vuestro antojo. A mí dejadme dormir a su lado todas las noches que queden, y juro no invadir ni una estrella de las vuestras, no atacar constelaciones, no sublevar a mi reino, no levantar estampidas de rinocerontes.
El león se ha cansado de abrir la boca y gritar, y se tumba a que le laman la cabeza con ternura.
24 horas al día, toda una vida soy vuestra. En cuanto escuche de lejos un leve rugido suyo, abdico y en La menor.
Buenas noches, cielo azul. Abre los brazos.

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