3/10/12

Yugular


Que la ceniza es marrón y vuela cuando la soplas, que las palomas transmiten cien virus y enfermedades, que el rotulador se coge con el puñito cerrado, que no se golpea fuerte la pantalla porque te cargas el móvil. Que no decir la verdad te convierte en embustero, que no decir siempre otorga y callar también informa. Yugular. La ida y venida, el latido que limpia el cuerpo por dentro, con su resina y sus cuerdas de acero y tiempo. Vómito que me asfixia esponjándome el cerebro. Que “me duele” es decir nada, que mis lágrimas cayesen sobre tus labios, que te las bebieses. Que mi escritura se fuese tatuando sobre tu espalda, que sintieses el camino de la aguja, que penetrase y saliese de forma repetitiva.
Me acostumbré a tu mar de honestidad y de calma, me agarré con las diez uñas a tu esperanza impoluta, a tus promesas de cuento, a tu paciencia y a tu alma. Me creí todas las palabras porque ellas llegan sin más, empujan la barca y caen sobre el mar suaves. Me siento a mirar cómo anochece. Parece que las palabras nunca vayan a hacer daño.
Me acostumbré a ser tan tuya que al más mínimo error que me arrastró a brazos ajenos, no pude evitar sentir sólo tus manos tecleando su única historia en mi cuerpo. Y en cada equivocación, me equivoqué en no dejar de buscarte cada vez.
Me acostumbré a tu voz limpia y a tu pequeño grito sordo, a tu juicio y compañía. A la tuya, que me desvistió los sueños por el pecho, que me aconsejó y calmó cuando empezaba a bajar sin compasión sobre mis ojos la espada fría del techo.
Me acostumbré a tu suspiro sobre mi cuello, tu ansia. Me acostumbré a tu futuro, que poco a poco deshizo lo poco que había del mío. Tu concepto y tu revés, tu intención y tu poesía. Tu maravilla a través del espejo de la mía.
Me acostumbré a darte vida y fui perdiendo del hilo días y noches.
Me acostumbré a ser más que una visita fugaz, que una amiga a la que siempre estás muriendo por abrazar, que una melena de tonos rojos que estaba loca de ganas por dormirse en tu sofá.
Me acostumbré a saberme tuya, a la verdad de tus ojos. Me despedí aquella noche hace tres años y te largaste, le di una patada fuerte a la escalera, me dolió el pie. Tú le diste una patada a tu paraguas y te marchaste. Y esa noche me dormí con una extraña sonrisa rajando de lado a lado mi cara.
Me acostumbré a tener ganas de hacerlo todo y hacerlo bien, de ser mejor, de cambiar más. De querer ser y que tú fueras. Me acostumbré a contestar “pero él sí que estará ahí, porque me lo ha prometido.” Me acostumbré a llevarles la contraria, y ahora ellos me ven bajar la cabeza por la calle.
Y he sido un piano, una guitarra, una faja, un cohete. He sido buena como un ángel, puñetera como un niño en el colegio, aburrida como un perro, divertida como los payasos ciegos, tragicómica y danzante, melosa, borde, punzante, pasional, verde, elegante. Lamiosa como el jamón. He cambiado de tinte, de corriente, de careta, de guión. He subyugado y obedecido, me he vuelto loca de pena y también cuerda de amor.
Y no quise levantarme, y no soporté acostarme, y arañé hasta sacar brillo, y escribí hasta desgastar, y he soñado con las cosas que ahora escupo sin piedad, y he esperado con deseo y sin deseo, y abro mis piernas de noche con asco a mis propios dedos.
Que la inercia es un ronquido tenue en mitad de la luna que me susurra excitado “vas quemándote muy lenta, este ritmo se te gasta, poco a poco se te hace la vida un poco más muerta.”
Y sobre el fuego y el hielo, bajo sábanas y al suelo, con sabor amargo y dulce, con melenazos y gritos, “sube leona, y ataca”, y no escribo ni asimilo si no es atacando. He tenido todo el pelo desdibujado en la cara y la cabeza bien alta, y siendo la única canción mi tacón en los pasillos.
Tanta tarde y tan poca, tanta rabia y tanta ropa.
Eso no va ahí, ¿nos vamos? ¿Cuántas veces no lo he dicho? Falsa, joker de malas entrañas, mala fama a muy pesar del que me quiera admirar. Pocos son, y mi amén a los que no. Ni una postal, ni una fecha, ni un beso, ni una maleta. Vivir como sea, me dije, pero durmiendo contigo.
Esos días que me quisiera levantar sorteando cariño al aire, abriendo brazos, cociendo espigas, medio despierta, mitad dormida. Esos días que despertase insoportable, impenetrable, incomprensible, impermeable. Inconcebible, inseparables. Que fueses tú quien dijera “no hay quien te entienda, joder”. Vivir bien, lo que eso sea, vivir mal, lo que eso sea. Vivir como otros quisieran, vivir como nos viniera, vivir como no quedase otra.
Vivir con sueño o valientes, a veces grandes, a veces no, a veces entorpecidos, a veces mal avenidos, a veces rabiosos y peleones, a veces frioleros y a veces besucones, a veces en lo alto y a veces parpadeantes, a veces espabilados y otras un poco más torpes. Abandonar los consejos, los diseños de la gente, el ritmo de la ciudad. Quedarse quietos delante, no dar ningún paso atrás. Tu ojo en mi ojo y el mío en el tuyo. Muertos de risa, vivos de miedo, cocidos y arrepentidos, habiendo visto por fin que lo único que tira es el bronquio de la izquierda, el hueco del estornudo, las almohadas desiertas, mi cuerpo de mujer rota caminando sin el tuyo, el latido interrumpido.
Vivir del modo que fuese, pero vivirme contigo. 

0 afectados:

Publicar un comentario