20/9/12

Pequeña

En cuanto guarde la carpeta en el cajón, en cuanto se ponga el sol. Me cansa la disposición de las estanterías. No tengo ganas. No quiero un solo trofeo antes de doblar la esquina, un libro abierto en la mesilla.
Menos goles, menos alma. En cuanto acabe esta historia de valientes y cobardes, decididos, imprimidos, salidos e impermeables. En cuanto arregle mi cuarto. Meneando la cabeza cuando me lavo los dientes, cogiéndome bien la cola, soltando las zapatillas y durmiendo en posición de bebé por si me empieza a importar que falte el aire. Después por la mañana me dará frío, ya verás.
Cruel por fuera, fría por dentro. La cabeza echando humo y las manos deseando exprimirle sangre a alguien, apretarle el moratón. Y me he vestido ya, y ya que estoy vestida, salgo a la calle. Ya que me he creído humana, voy a hablar, voy a hacerlo. Pequeña, como un gnomo recostado bajo una seta pequeña. Como un mosquito dando vueltas sobre sí mismo al lado de la bombilla caliente.
Aquí debe dictarnos la cabeza aunque maúlle el corazón.
Aquí el resto es quien me dicta, yo sólo copio para luego pasarlo al ordenador.
Yo sólo soy una más
perdida en la inmensidad
ellos son los que acerditan, los que pagan, los que saben discutir.
Yo quien debe estar callada y escuchar.
La inestable, analfabeta emocional
siempre fui yo.
Muchas palabras enlazadas por nexos y conectores, como pequeños columpios, en español. Se arañan unas a otras a pesar de que nacieron separadas, con tal de así ser capaces de decir algo. De transmitir. Millones, trillones de vocablos que no pueden decir nada.
Son las 15:16 de la tarde, y yo miro ensimismada las vías del tren de San Bernardo. No siempre sube hasta arriba, no siempre tira. No todos los días sabe una decir lo que quiere decir, ni siquiera en su idioma. La vocación arrastra y despedaza, y yo caigo como un perro cuyo dueño es cruel. Pequeña, con el anzuelo clavado en la labio inferior y tinta de boli verde mezclada con la saliva. Verde porque es el boli que utilizo para corregir las fichas de los niños.
Son las 15:29. Ya se aproxima el tren a la parada de Bellavista. A mi izquierda, un señor que se subió en la Virgen del Rocío saca un libro gigantesco del maletín. De esos que yo pensaba que nadie querría pagar desde que existen ediciones de bolsillo. Es "Un mundo sin fin" de Ken Follet, y ya lo tiene casi acabado, a juzgar por su separador. Sonrío. Me alegra ver a personas con libros. Me provoca cierta paz indescriptible saber que hay gente que lee. Pequeña, como la letra impresa, como la mariposa blanca y negra que trae grabada el separador. Algún día, pienso de golpe, tú le echarás el valor y escribirás un buen libro. Tan crítico como tú, con toda la ironía y la maldad que caracteriza el mundo. Y te lo publicarán, y tú llegarás a casa orgulloso, y yo podré esperarte sentada sobre la cama, sonriendo con picardía. Y te besaré en la sien, y diré "¿no te lo dije?", y te besaré en los labios. Sí, me gusta que la gente compre libros. Me gusta comprar libros. En mi casa nunca va a faltar un libro, nunca se echarán en falta el día de Nochebuena.
Llego ahora a Dos Hermanas. Nochebuena. No volveré a vivir eso, no llegaré a vivir eso. La Navidad se inventó para pasarla en familia. Yo ya no tengo familia. Te llevaste junto a ti la Nochebuena cuando te fuiste, y ahora... ahora la Nochebuena no existe. Cruzo la calle, está en rojo pero no se ve ni un alma. No pasan coches ahora. El viento deshace y agota por la calor. Tú eras mi familia. No dejarás de serlo nunca más. Podré cerrar la puerta desde dentro. No llegaré a vivir eso. Una casa con dos copias de las llaves. Y habrá libros, por supuesto. A la altura de las obras de enfrente de la academia. Miro a ver si llevo todas las fotocopias para los niños. Tú te llevaste contigo la tinta cuando te fuiste, y ahora... ahora las letras no existen. Tú te llevaste contigo el frío cuando te fuiste, y ahora... ahora el invierno no existe. Tú te llevaste contigo la muerte cuando te fuiste, y ahora... ahora la vida no existe.
¿Sabes lo que me decían de pequeña? "Quien se queda, tiene que saber estar. Y el que se ha ido, se fue." Tan pequeña como un filo de colilla, un cactus de pacotilla. Como un tulipán torcido de papel.

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