16/9/12

Línea continua

No sé ni para qué escribo. No son ellos los que lloran solamente para ti, los que se abren los dos ojos a la vez para ver cómo te vas, y se empeñan en buscar nuevas razones para hacer de este roto un juego más. Escucho sus risas y sus comentarios como si estuviese aislada con cristales, como si estuviesen lejos, no delante. Cada uno con su puta imaginaria misión, sus delirios de grandeza, con su trauma agarrado como un enorme tumor a sus cabezas.
Respiran tan poquísimo respeto por lo que ellos no han tocado, tanta prisa por manosear, por entrar, por volver a donde nadie jamás les ha añorado.
Pisan el suelo, me dan a mí, ¿no ven que invaden terreno frágil? ¿No ve ninguno un segundo lo que tiene por delante? No me ven, y se pasean por mi cara y la dejan del revés.
Camino entre monstruos llenos de moratones verdes y tristeza, entre personitas tontas, infantiles, caprichosas; entre mentes solitarias y dolidas y asombrosas, entre castillos de cuerpos incapaces de sentir condescendencia. Sueltan la polea y caigo, abren la boca y echan su humo, y yo no puedo evitar tragar.
No sé ni por qué lo escribo. Me quitan con sus iris las ganas de ver más, con sus vasos la promesa de que el alcohol hace algo, el suelo de debajo de los pies. Aquella frase y sus palabras, aquel momento brutal de intromisión fantasmal, de falta imperdonable de empatía. Lo siento: mi vida es mía. Fue un alarde inapropiado de innecesaria crueldad. ¿No se dan cuenta? No quieren, van tan deprisa arrasando con las botellas que tiran que ni siquiera pueden. No me ven, lo hacen adrede, llegan y tocan lo que no es suyo, llegan y rodean con su indiferencia y su ansia mi cintura impregnando su señal, creyendo que quedan impunes, que tienen derecho, que de algún modo puede que formen o hayan formado parte de esto.
Llegan, rompen y se van. Dejándolo todo roto. Como si estos desperfectos fuesen baratos, como si tuviese alguno garantía de calidad.
No estuvieron cuando el aire me quemaba los pulmones, no estuvieron cuando quise que mis piernas se quebrasen y no volver a andar más. Cuando hace falta el silencio, cuando todo lo que digan raja el cielo, esta noche sí que están.
No sé bien ni lo que escribo, soy un animal herido que abre la boca con sueño tumbada sobre el sofá. Cuando sobra su juicio sin finalidad alguna, su morbo y sus abrazos a destiempo, cuando sobran ya sus cuerpos, cuando ruego porque sólo haya silencio, cuando más falta me hace que desaparezca el aire, cuando más duele que hablen, esa noche sí que están.

Creen que todo en este mundo se cura con cien cervezas, dos mentiras golpeándose en el centro de la Alameda, un grupo de humanos que se cubren las espaldas ignorando lo que alrededor sucede, y si está bien que se agachen, abran la tierra y lo quemen. El dilema del dolor de los demás.
Sólo piensan desde el trono de su egoísmo, su ego, adelantan a pesar de que la línea es continua y no le ven el sentido a frenar. No lo ven o les da igual.
Mi paracaídas va sobre mi espalda, mi cabeza mira arriba desde dos hombros que son míos y que también llevo yo, mi paso, rápido o lento, comienza desde mi casa, mi cama, mi habitación. Su historia es suya y es para ellos, mis vasos los pago yo. No les molesta mi grito, no cargan ellos con él, disparan sin pensarlo su arrogancia y dan sin saber a qué.
Que se enteren de una vez: mi latido lo destroza sólo quien lo lleva dentro, mi temblor no es un juguete, mi pasado, mi presente y mi futuro son tres fieras que tan sólo toco yo.
Mi paracaídas rabia cerrado sobre mi espalda, mi velocidad, que es lenta, empieza desde mi piso, mi lámpara, mi colchón.
No hay espectáculo abierto, no hacen aquí nada bueno, no respetan el dolor que se duerme en el silencio, cuando todo lo que dicen raja el cielo. Mi herida sólo la aprieto yo.

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